viernes, 14 de noviembre de 2014

Vida, ¿estamos en paz?

Con lo que cuesta andar por el mundo en estos días,  y no me refiero a viajar y subir  de avión a avión para atravezar océanos y recorrer países lejanos,   ni me refiero al costo económico de viajes locales, internacionales, trasatlánticos...   me refiero al costo del día a día.   Con lo que cuesta pararse a veces,  levantarse de la cama o de la mesa del café, o de la actitud con cruda de las dificultades de ayer,   para sencillamente echar a andar el día;   A cierta edad ya tenemos inconvenientes de muchas clases,  nos hemos llenado de mañas (y las que aún nos faltan),  manías (idem),  y complicaciones de asuntos que puestos en una báscula de realidades,  resultan meras tonterías.   Quejas, inconformidades, frustraciones, negaciones, imposibilidades, asuntos pendientes y de todos modos hay que funcionar y hacer lo que nos toca.  ¿Te ha pasado a tí?   ¿ te pasa frecuentemente, como a mí?

Hoy,  una de mis personas favoritas me ha enviado un video motivacional para el manejo del "stress"  en donde el neurótico en turno declara los motivos de su estado,  califica del 1 al 10 el nivel de su agobio,  para luego ser ingresado en un cuarto especial,  en un parque de la ciudad,  que tiene tres paredes de cristal y una con puertas pequeñitas;   la víctima de sí misma se sienta en una almohada que es lo único que ocupa la alfombra de pasto sintético en el cuarto,  se coloca los audífonos que encuentra y comienza a sonar un suave ronrroneo felino.  le dan leves instrucciones por el audio sobre cerrar los ojos,  respirar,  escuchar,  (...)   un momento después,  se abre una menuda puerta de la pared que no es de cristal y sale un gatito bebé,   comienza el juego,  el cambio en la cara del individuo  es enorme,   las sonrisas se liberan,  los movimientos se suavizan,  el disfrute se adueña y convierte en persona al ser que ingresó a ese sitio.   algunas de las imágenes acaban con un grupo de gatitos que corretean y saltan y juegan libres alrededor del individuo que no puede más que gozar.  Maravilloso video.    Reflexiono sobre lo que me hace arrugarme de más,  fruncir el ceño y refunfuñar (en mi balanza de realidad)  encuentro que puedo sonreir.   Puedo respirar hondo y regresar a ser persona.   Sí puedo.  con el día idéntico y mis deberes, tareas y circunstancias idénticas...  yo puedo sonreir. 

te comparto éste,   que me sirve, especialmente hoy,   con ganas de que sonrías también.

Vida

Calla y encierra la voz…   escucha al viento
al sol, al agua, las nubes y la tierra
siguen llamándote,   esperan todo el tiempo
murmura todo por ti,   tu vida espera
encierra la voz que agolpa tu lamento
y tu impaciencia desata al fin,  libera,
respira hondo el fragor de este momento
suelta la espada, el escudo,  no es en guerra
como ha de hallarte el amor y el sentimiento

calla y encierra la voz,   anima el día
que ha amanecido otra vez y estás despierto
levanta el alba en tu ser,  sé la alegría
construye un mundo que luz te trajo el cielo
renueva la gratitud,  la algarabía
donde elevar la razón por sobre el celo
es la verdad  que te espera…  que te mira
vive ahora que tienes vida,   aun no has muerto

domingo, 19 de octubre de 2014

Renovarse o ¿morir?

No me gustan las mudanzas.   Empacarlo todo,  con un cuidado neurótico para que no se rompa,  no se arruine,  no se pierda...   eso debe ser:  huella de pérdida.  Durante muchos años de mi vida adulta me dediqué a la hotelería,   ventas y convenciones en la mayor parte de ese tiempo y por la descripción de puesto, había que andar "como Judío errante"  de una ciudad a otra,  con el trabajo fijo en una y hospedándome por una noche en todas las demás.  Cuando más salvaje,  había viaje dos de cada cuatro semanas y literalmente ya no sabía dónde había amanecido (no pienses mal,  era un trabajo decente),   y de manera intermitente,  cada año o dos, había que mudarse a un nuevo sitio;  otro hotel, en el mejor caso, de la misma firma.  Allá iba como caracol, con mi casita a lomos,  arrastrando mi piano, mi gato,  mi colección de LPs y de libros,  y sobre todo,   a mis tres personas favoritas,  (que siempre lo tomaron como una aventura fantástica),  esos  adultos mayores con vocación de escuincles  -para mi enseñanza,  con que la vida me obsequió y que me han acompañado a todos lados,  pero que desafortunadamente aprendieron de mi ejemplo,  también en este asunto;  resultaron medio nómadas igual.  Aún ya fuera de las cadenas hoteleras,  haciendo asesorías por mi cuenta,  mi trabajo seguía siendo itinerante,  pero más controlable,   más en mi voluntad que en la escueta insrucción de aquellos jefes y directores.    Recuerdo un terrorífico viaje al país vecino en tiempos de nieve,  que para mi escasa fortuna, duró cinco semanas.  Lo sufrí cada minuto.  Andar así, me parece cruel.  No tengo esa hechura que gozaban otros,  cuando no acababan de llegar a una nueva ciudad y ya estaban planeando la salida nocturna,  juntos, y en muchos casos, hasta revueltos.  Los equipos de compañeros de trabajo en caravana,  llevábamos organizados desayunos o comidas para agentes de viajes y en una feria de información (claramente olvidable),  promoviendo nuestro destino turístico,  rifábamos unas cuantas estancias (en la temporada más muerta del rancho) y nos descargábamos de cajas de plumas, folletos, blocks para notas, bolsitas,  vasos, termos,  todo con nuestro fantástico logotipo.    Al terminar cada uno de estos eventos,  El grupo de vendedores tenia un tremendo cambio de personalidad y comenzaba a desatarse vertiginosamente la furiosa libertad de andar en tierras de otros.  Con una soltura descarada,  se largaban a cualquier sitio donde hubiera alcohol,  se "amigaban"  algo más que de costumbre y se bebían hasta el agua de los floreros.  Se encariñaban instantánea y livianamente por el tiempo del viaje,  o conocían al amor de la vida, (o lo que la vida duraba en cada sitio),  volvían llenos de risas, anécdotas bizarras y sórdidas y allá estaba yo con cara de asombro y los ojos crecidos de espanto, escuchando historias breves, sorprendentes de tan idénticas, en el camión o avión,  de un lugar a otro.  Yo tengo límites muy cercanos para esos quehaceres.   En cada caso,  llegué a mi habitación de hotel del sitio ajeno,  con prisa por llamar a casa y mandar mimos por fibra óptica, para luego ordenar servicio a cuartos,  encender la televisión a que me arrullara y buenamente,  dormirme a las 3 o 4 de la mañana, porque tampoco sé dormir en camas desconocidas.  Enormes límites.

Ahora que voy a mudarme de nuevo,  vienen a mí un sinfín de historias pasadas en las mudanzas de mi vida.  Aunque ya es muy raro que llegue a romperse algo, porque he adquirido TODA la experiencia para empacar, envolver, embalar y amarrar cajas,  de todos modos,  hay que hacerle seña de bendición al camión que transporta el triquero y cruzar deditos todo el camino para que llegue bien  y sin remedio,  cada mudanza pierde algo.  En cada casa se queda un pedacito de la vida...    Y al llegar,   en cada sitio nuevo uno suspira cuando termina la descarga, porque comienza el trajín de sacarlo todo y encontrarle lugar.  Se vive entre cajas, empaques y periódicos arrugados durante semanas y hay casos en los que algunas cajas no terminaron de desempacarse cuando ya hay que envolver todo de nuevo.  

Conozco personas que se han quedado décadas en sus lugares.   Casas que han pasado por generaciones y familias que tienen esa estancia perenne.  (Yo quiero ser así cuando sea grande).   Así que,  de cuna "estacional"  como las golondrinas,  como puedes ver,   a cierta edad uno ya quisiera quedarse.   Sencilla y simplemente "estar"  en un solo lugar y confiar haraganamente que ahí habrá de quedarse la vida.  ¿dónde estás tú?  ¿ya llegaste a ese sitio? 

Aprendí de todas estas vueltas,  un montón de cosas útiles,  como hacer nudos inviolables,  elegir en dónde vivir contando con los gustos y necesidades de mi familia entera (o siempre he soñado que así ha sido),  conocer a fondo cada ciudad, cada vecindario de donde nos ha tocado habitar,  hacer amigos,  cocinar algún platillo típico de la cocina local y así,  también sé que hay muchas cosas con las que todavía me toca enfrentar dificultad,   por ejemplo,  la lista de cajas numeradas,  cuando no se pierde, seguro está equivocada,   los zapatos y ropa descartados a la hora de empacar, siempre sí van a extrañarse,  este o aquel adornito en realidad no era tan imprescindible porque ya ni queda con la nueva decoración...   en fin.   Esta extraña renovación de mudarse por azares ajenos a la estricta voluntad,  o dicho en mis términos,  cuando no me daba la gana,  me sigue representando un agobio.  Un pesar extrañamente conocido,  pero una vez más,  suspiraré en el nombre de la resignación y haré un genuino esfuerzo por llegar al nuevo sitio y "anidar"  con renovada ilusión y con ojos de futuro. 




miércoles, 24 de septiembre de 2014

El verdadero regalo

Los ciclos se acortan,   los tiempos se reducen,   el reloj pasa más acelerado o a cierta edad nos hacemos más y más conscientes e intensos sobre lo que nos acontece.   Estoy en esa temporada del año en que se han juntado todos los cumpleaños (incluyendo el mío)  y los aniversarios de mis personas favoritas,  y muchos otros muy cercanos a mí.   Arrancó oficialmente en Abril y acabará en Diciembre.    Claro.   Tengo tantas personas amadas que resulta que abarcan casi todo el año (para mi enorme fortuna).  No hay escape.   Planear festejos,  esperar (irrefrenable expectativa)  que lo festejen a uno.  Cumplir,  estar a la altura.   Mientras más cercana es la persona que celebro,  menos importante es lo que llevo,  lo que visto,   lo que obsequio.   A mayor distancia,  más cuidado hay que aplicar en esos mismos renglones y sin conseguir detenerme,  observo los rituales en que participo.   Detrás de los preparativos que incluyen alimentos, bebidas, decoración y organización  de horarios,   la carga emocional que se mueve en uno de estos eventos,  los esquemas sociales,  el compromiso familiar que va enlazado en la generación de memorias futuras y que deseamos cuidadosamente proteger.  Todos anhelamos quedarnos en el registro de la historia emocional de quienes tienen nuestro afecto;   caminamos la vida dejando una huella que –con suerte-  será imborrable.    Idearemos con delicadeza toda clase de detalles con qué obsequiarles,   buscando originalidad,  sorpresa,  halago de sus virtudes, habilidades y gustos. 

El solo hecho de reunirnos, cumple ya con todas las características de “regalo”  para mí;   se desatan las risas,  los gestos amorosos, los detalles de cuidado y alegría con que una familia se bendice a sí misma todo el tiempo.   Los procederes repetidos que ya pueden llamarse protocolo, vuelven a hacerse presentes y el orden de las voces conserva el cuidado respetuoso de la broma cotidiana con que se festeja a los propios.   Hay un patrón de conductas -dueño de toda mesura, que de un modo mágico encuentra libertad para oxigenar la vida que nos damos juntos.  En eventos festivos,  auténticamente se alimenta la animosidad del grupo de personas que compartimos un lazo afectivo.    La red afianza su unión.  

Un festejo es obviamente una oportunidad de compartir y convivir,  pasarlo juntos,  acercarse a los seres queridos,  de modo fácil y desenfadado,  a diferencia de los tiempos duros en que hay que meter el hombro,  entrarle a los jalones y cargar, empujar lo que sea (por cualquier motivo),  para sacar de problemas a alguien amado…   eso no cualquiera lo hace,  pero ahora,  (si me lo permites), con la terca observación y el engranaje mental sonando a todo,  puedo encontrar que tampoco resulta tan simple ser un digno participante de los tiempos bien,  de los momentos de festejo y sus implicaciones.

Obviamente arrastro algo de amargura en la pila de años que acabo de festejarme y la cierta edad de pronto no se acomoda con tanta comodidad o certeza…   supongo que sabes cómo es. Posiblemente por la conciencia del tiempo que uno va (sin querer) adquiriendo,   me doy cuenta de mucho más.  Para mi mala suerte (aunque sé que para nada es extraño),  he pasado por algunos festejos en donde el motivo de reunión parecía ignorado del todo y en su lugar, aparecieron toda suerte de momentos incómodos,  competencia de regalos (por precio o marca),  chismes, verdades veladas, bandos casi quirúrgicamente divididos en grupos que somos familia,  noticias inconfesables pero aún comentadas,  cejas levantadas en miradas cómplices donde se implicaba la desaprobación de algún tercero,  mientras sonaban risas acartonadas y  las piezas no calzaban ni a fuerzas y una triste sensación de falsedad se hacía protagónica.  Al menos dos de las fiestas de este ciclo, han resultado así.  Habría preferido no formar parte del grupo en ese par de ocasiones.  Habría querido, en todo caso,  contar con la libertad de decir mi opinión y quizás la ingenua receta de buena voluntad con qué afrontar las diferencias, respetando con amor los motores originales que nos hacían reunirnos.  Somos sólo humanos;  falibles todos,  perfectibles y perdonables.  Todos.  ¿Por qué entonces andamos con esta actitud juiciosa y castigadora frente a los nuestros?   ¿por qué nos montamos en el dictamen de lo que “debería hacer”  alguien más,  cuando es uno quien está incómodo?  ¿dónde hemos abandonado el gusto de ser,  para convertirnos en la policía de lo que los otros debieran ser?
Me niego a actuar en ese teatro siniestro…   me niego a  recibir el guión de juez para protagonizar a la neurosis descalificadora contra nadie.  Y mucho menos contra alguien a quien amo.  No tengo ganas ni de ver cómo detiene la mordaz obscuridad a la suave delicia de tener seres amados.  Se me ocurre entonces que tendríamos que mantener la generosidad como bandera del evento,  y con ello,  obsequiar lo que tengamos:   para comenzar, el tiempo que regalamos al festejado y su evento,  con una limpieza y sinceridad,  que de  tan serenas, lleguen a ser notables.  A partir de ello,  nuestra participación tenga ingredientes puros del sentimiento que nos une a dicha persona,  sin sembrarle expectativas,  sin pedir acuse de recibo,  sin llevar registro de número, cantidad, costo, calidad, etc…   sino con la bandera de que tener la oportunidad de vivirle en tiempo presente,  es para uno la fiesta entera y el verdadero regalo.  

Hoy elijo asegurarme de que ese sea mi mensaje para obsequiar en cada fiesta, comenzando por la mía.  Vivir hoy,  con gratitud y en paz de que lo que vivo ha sido lo que he elegido  y sigo aquí para disfrutarlo y para aprender de ello. Sólo entonces,  toma un real sentido decir FELICIDADES!

miércoles, 20 de agosto de 2014

pienso... luego existo.

Acierta la oración que encabeza mi tema del día de hoy.  -Descartes dijo,  "pienso,  luego existo"...

Tiempo de cambios se avecina y me son difíciles,  por más que se diga que la vida está en movimiento,  y por mucho que comprenda cómo es que mi propia vida ha estado permanentemente cambiando, y ya debiera tener la costumbre y aceptación,  la verdad es que me resultan incómodos y los relaciono con sensación desagradable.  Tratando de convenir conmigo este inminente suceso de movilidad para el día a día,  he estado pensando.  Me he  dedicado a pensar con toda concentración y enfoque.  Casi me he convertido en un ente virtual, de tanto estar pensando,  descifrando, decodificando, analizando, tratando de resolver,  encontrar el (...) hilo negro y con ello, lo que he conseguido es cargarme de días lentos y pesados,  encapsularme lejos del mundo para observar detenidamente el engranaje de mi mente y su tic tac imparable;  me he quedado en silencio para casi todo y casi todos,  (salvo mi jefe y unos cuantos compañeros, para asuntos triviales,  como el trabajo,  y claro, salvo mis personas favoritas, que leen mi silencio y de inmediato se llenan de voces).  Pienso y voy hilando los eventos, las palabras, las consecuencias, sensaciones, los sentimientos, los errores, las repeticiones y antes de darme cuenta, tengo este hilo de pensamientos hecho una maraña gigante e indescifrable que únicamente consigue crecerme la incomodidad y el miedo.

De tanto que pienso,   existo... pero luego!  existo hasta después!  me hundo en la neurótica urgencia de comprender mientras más me enredo y me pierdo del posible y siempre alcanzable disfrute de las cosas pequeñas que conforman la cotidianeidad.  Con absoluta honestidad,  me doy cuenta y confieso que para cada momento difícil que tuvo mi día,  hubo un algo o un alguien que me hiciera sonreir;  (no diré cuántas veces,  del modo más necio, regresé a mi enjambre de ideas, pese a los pequeños regalos que recibí).  Este monstruo mental.  ¿te ha pasado a tí? 

Pienso,  luego existo, supone que por pensar,  uno cuenta. Ya sabemos, a cierta edad,  pensar a fondo.  Ya uno entiende, aprende y comprende más,  y no pretendo poner a Descartes en duda,  (antes de que me cuestiones),  pero ahora lo veo con una realidad oculta en donde debería -muy posiblemente- mejor desaprender para pensar menos...  (no tengo planes de perder la habilidad).  El punto sería,  como me hizo ver un ser enorme, el día de hoy,  pensar en pequeñito.  Atender los asuntos menores con pasión e intensidad, puede que sirva para modificar el punto de vista.  Si como ella dijo, la vida es fractal,  desde esa perspectiva, cada pequeño evento e instante, pueda pasar con mayor velocidad,  imprimir su propia valía en ese tiempo y conseguir su propia satisfacción, mientras de modo natural pueda hilarse en automático al siguiente suceso, que pasará también en corto y duplicará la sensación agradable, y así sucesivamente.  Por relatividad,  lo pequeño sucede a mayor velocidad y lo grande se mueve lento (piensa en un ratón y un elefante, para que mejor me explique)...    así que,  si atiendo una fracción del día,  un pedacito de mi semana, de mi mes, de mi vida,  la fracción que está sucediendo justo en este momento,  con genuina atención,  pasa de modo sencillo, desprovista de cargas ajenas al estricto presente,  y con ello,  libre del pasado y del futuro,  sensible a su voluntad y su emoción.  Así de fácil,  este momento ha quedado limpio de los terrores de ayer o mañana, para pintarlo de lo que yo elija.  ¿no es maravilloso?  Voy a aplicarme esta teoría fantástica y a ponerle tal cuidado,  que pueda enfrentar la cadena de eventos como eslabones individuales y pulirlos uno a uno para mi propio gusto.  Si son cambios, o son repeticiones,  portarán su propio valor y a la vuelta, seguro habrá alegría, aprendizaje, crecimiento.  Mi sincera gratitud frente al concepto.  Acierta el tema, para lavarme la gravedad hecha nudos.  Y no esperes que lo piense mejor. 






lunes, 4 de agosto de 2014

La vida es a color

Una de las peores cosas que me pueden suceder por las mañanas de trabajo,  es la crisis del "¿qué me pongo?".  Por trivial que pueda sonar,  el qué elegimos vestir, puede cambiar el día entero, no solo porque la ropa en turno nos quede bien puesta, sin saltar llantitas, sin apretar donde no debe, sin abrirse por ningún botón...  hayamos crecido las dimensiones, o no,   debe resultar cómodo para estar todo el día en buena forma,  con los zapatos adecuados, cómodos también;  además de semejantes complicaciones,  el asunto del color lleva una carga importante para el estado de ánimo,  por lo que sentimos,  lo que vibramos,  lo que decimos de nosotros mismos.  Este mundo instantáneo de hoy,  es de imágenes para todo.  Tal vez no es sólo de nuestro tiempo:  "como te ven,  te tratan",  decía mi abuela (y yo lo repito ahora a los pobrecillos que han tenido que aguantarme como guía).  Quizás tampoco es tanto de imágenes como yo creo y resulte que estoy exagerando su importancia, (no sería raro en mí).  

En mi mundo laboral el color es casi por completo ausente.   Hombres y mujeres vestimos de negro y podría atreverme  a decir que hoy hay más colores vivos y alegres en la moda de los varones, especialmente en los jóvenes, (es decir, entre la segunda y tercera década...  que no tienen nuestra "cierta edad"),  que combinan corbata del color de los calcetines y éstos pueden ser naranja o violeta,  rosa o verde casi fosforescente,  para resaltar (como focos encendidos)  en un entalladísimo traje negro o gris "oxford";  las mujeres,  cuando menos formales, mallas negras y un blusón con algunas líneas o vivos de colores más conservadores, como rojo y blanco;  de otro modo, vestidos demasiado largos o demasiado cortos, también en negro, zapatos de plataforma y tacón altísimo (como el segundo piso) y enormes collares con tamaño de pechero Azteca, pero de marca extranjera,  que venden en las tiendas de moda.  Todo negro.  La ausencia de color.  La base en la moda de oficina, es el negro.  

Es un problema con revés para mí,  que estoy tratando de salir del luto que me trajeron varias pérdidas familiares que me han resultado muy difíciles de superar.   En mi "era de perder"  me vestí de negro total y una parte de mí se quedó atorada ahí.  Cuando llegaba el tiempo de ir pasando del profundo dolor a la resignación,  llegó otra pérdida y en poco tiempo, otra más.  Por ninguna causa en común, tuve que despedirme de casi una decena de seres que consideré tan míos como la piel que me guarda,  en algo menos de tres años.   La vida siguió y mientras  me pasé,  junto con otros seres amados,  la cadena de tremendas tristezas,  pero había que seguir "funcionando".   -Tengo el genuino deseo de que a tí no te haya sucedido nunca y que no te toque pasarlo jamás.    El negro se hizo mi propia ausencia de color.    No sólo aprendí a vestir a diario de negro por años,  sino que aparentemente además,  desaprendí los colores.  Reconciliarme con ellos me ha sido una tarea complicada,  como si mi incapacidad para "soltar"  se hubiese adueñado de mi fuerza de voluntad y se empeñara en mostrarse, a través de los años que ya se van juntando,  después del último de mis lutos.  Con ello,  grave,  literalmente obscuro y plano se me ha atorado el ánimo de placeres  y diversiones que iban bien con los colores.  Deben regresar.  La vida es a color.

No tenía la intención de entrar der lleno en la época más triste de mi vida,  discúlpame por favor;  regreso sin querer a ella,  como regreso al atuendo negro o sus escasas posibilidades combinado con blanco, rojo o "beige",  que por más elegante  se diga que es y más conveniente sea salir con negro de la cotidiana decisión de qué vestir,  aparece con una "normalidad automática"  que me devuelve a la sensación dolorida y pesada,  que para nada hace las cosas más fáciles.  Necesito colores de regreso.  Me lo dicen quienes han ido a las tiendas conmigo.  Mis personas favoritas,  las más cercanas,  insisten en azules encendidos,  rosa, verde, naranja,  (mientras yo finjo no estar mirando los tan de moda atuendos negros)  y si tengo suerte,  algo encuentro que consigue su aprobación,  (porque no es negro).  La moda y usanza de mi zona de trabajo, pueden irse al diablo porque me propongo volver a los colores favoritos que siempre tuve.  Una bruja me enseñó que los Lunes (luna) el ideal es vestir de blanco,  los Martes (Marte), de rojo,  los Miércoles (Mercurio) de naranja,  los Jueves (Júpiter) hay que vestir de verde y los Viernes, (Venus),  de rosa.  (Éste último siempre me ha dado más problemas para vestir, que ningún otro color).  No recuerdo si hay colores "designados"  para el fin de semana,  pero siempre se puede usar algo tan alegre como el amarillo con unos "jeans". 

La vida se replantea todos los días.  Nos vamos reinventando a cada paso,  casi con cada decisión minúscula y podemos elegir si acierta la edad que hemos conseguido hasta el día de hoy,  con cada experiencia,  con cada color.  Hay culturas en que el negro aplica para la gente mayor, para quien ha enviudado, para quien está casada,  casi como una forma de segregación social.  Por fortuna en mi país eso no existe (¿verdad?).   La crisis de "¿qué me pongo?" puede comenzar a ceñirse a la paleta astral -donde ningún día es conveniente la ausencia del color,  y así me voy sacando lo que me queda del hábito de tristeza que niega quien realmente soy.   Mi color favorito es el amarillo.  ¿cuál es el tuyo?


martes, 22 de julio de 2014

arenas movedizas

Cuando era mucho más joven, una de las escenas repetidas en las series de televisión, que nos hacía temer por sus posibles implicaciones,  era la arena movediza.  daktari, tarzán, y otros programas que vi en años menores,  usaban este recurso como la escena peligrosa y de tensión;  ya sabes,  alguien cae en el pozo sin fondo,  que no tiene apariencia distinta del suelo y sin control comienza a hundirse.  Terror.  Moverse, sólo complica más las cosas y el desenlace es más rápido.  Si tienes suerte,  (muchísima suerte),  aparecerá el héroe del día para alargar una buena rama o una cuerda y rescatarte.  (hay que llevar sombrero para que al menos sepan dónde fué que se sumió tu cabeza).   Una vena abierta que lleva a los mismísimos infiernos,  o eso es lo que sugería la trama.    Hace años que no veo una de esas escenas en películas o series...   pero no porque no haya estado cerca de uno de estos sitios personalmente. 

En los años adultos,  nos rodean los pantanos así de peligrosos,  en todos los ambientes que ocupamos.  Familia, trabajo, mundo social...  aún sin sombrero y peor aún,  sin héroe,  corremos el riesgo nomás andando por el día,  de caer sin remedio.  Hoy  llamo arena movediza,  por ejemplo,  al silencio incómodo que se genera en un desacuerdo,  en un planteamiento de fricción que se calla para no entrar en abierto pleito:  ¿te ha pasado? a cierta edad,  lo que va tomando las riendas de nuestro paso,  es el miedo.  Confeso o no.   Siento la seguridad de que la otra persona tendría también,  (como yo),  un sin fin de instrucciones y reprimendas con qué corregirme a mí (o yo a ella),  para que el fango molesto desapareciera.  Sabríamos qué hacer si hubiese un instructivo para momentos incómodos, pero sé de cierto que de todos modos no lo usaríamos.  No existe un manual para resolver pequeños instantes (que pueden prolongarse por el día entero), cuando hemos repasado el menú de opciones que conocemos,  que ya hemos desmenuzado antes,   cuando volvemos al acuerdo que recientemente conquistamos y nos repetimos con certeza el haber hecho lo correcto de nuestra parte...   nos quedamos inmóviles frente al posible desencuentro y como en arena real,  la inmovilidad nos salvará... ¿o no?  

Entre dos,  la inmovilidad puede rescatarnos del peligro de irnos de boca al hablar de más.  Prefiero un silencio incómodo que una verborrea desafortunada.   Se genera en esos dos,  el temor a ser quien ceda o quien se rinda primero.  Es ridículo y totalmente infantil.   En estas arenas del terror,  la inmovilidad es lo que mata, llego a creer.  La actividad positiva puede rescatar a quien sea del peligro que siembra el silencio cobarde.  La razón puede estar o no de nuestro lado, y todas y cada una de nuestras palabras podrán volar libres y confiadas de encontrar éxito, si lo que genuinamente nos mueve es limpio y honesto.  Acercarse es lo que aplica para estos casos del fastidioso silencio en que "o te apuras a culpar al otro,  o sales corriendo porque estás a punto de ser culpado".   Ojalá podamos elegir no evadirnos en una actividad diversa y no hagamos como que nada ha pasado,  porque algo ha pasado y en conciencia hay que enmendar, remendar, corregir e intentar de nuevo.

Pocas veces me tocó ver que la víctima saliera sola de las arenas movedizas en aquellos programas de TV,  y esos raros casos me dejaron entonces y me regresan en este instante,  una sensación de triunfo con tintes de gloria, que pretendo buscar justo ahora,  en vez de querer encontrarle piso,  a ver si llego al fondo.  Daktariiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

viernes, 18 de julio de 2014

el cambio de tema

En años más jóvenes,  el tema entre amigos solía ser sobre el lugar de moda,  sobre la persona de moda, sobre la ropa o música de moda y pasábamos las charlas de modo liviano, risueño, preguntando ¿y qué te dijeron tus papás?,  ¿tú qué tomas?  ¿tú que música prefieres? ¿tú qué harás este fin de semana?  ¿tú qué materia debes? ¿tú, con qué te cuidas? ¿ hasta qué hora te quedaste en la fiesta?

Así el mundo giraba y nos fue llevando al cambio de folio y de la adolescencia y primera juventud,  llegamos a mediados de la segunda década para el primer gran cambio de tema,  en que los subtítulos de nuestras conversaciones comienzan a tener implicaciones de adultez y enfrentamos el universo de los grandes,  con actitudes aún rebeldes frente al cambio y las notas definitorias de lo que habría de marcar nuestra vida y que se muestra en las clásicas preguntas como ¿tu qué estudiaste? ¿cuándo te casas? ¿cuánto ganas?´¿con quién vives? ¿a dónde viajas este verano? ¿estás embarazada?

Para la treintena, el universo ha conspirado y estamos metidos en toda clase de complicaciones, laborales, familiares, probablemente aún resolviendo consecuencias de decisiones que tomamos 10 años antes, sin media conciencia y haciendo cuanto sea posible por reparar y enderezar para no confundir nuestro destino con lo que juramos que jamás íbamos a ser.  El tema de la vida se atora, se enreda y desenreda entre ¿me pasas los datos de tu nutriólogo?  ¿a qué colegio van tus hijos? ¿quién es tu abogado? ¿quién es tu terapeuta? ¿te volverías a casar? ¿cuanto te costó tu coche?

A cierta edad,  comenzamos a pasear por las preguntas indiscretas, o que tal vez me saben indiscretas porque es justo las que me tocan en este tiempo:   Nos adentramos en uno de los grandes cambios de tema, como es el tremendo regreso al nido vacío porque los pollos se están largando indiscriminadamente y quienes no tienen hijos, se ríen de nuestra incomprensible terquedad del apego familiar.  Con ansias deseamos volver a ser vistos, atractivos, interesantes,   volver a encender la llama vital de la energía que acerca posibilidades nuevas en el trabajo, en la pareja, o con personas nuevas.  Hombres y mujeres discuten con los de su mismo sexo, sobre dietas, píldoras de control de apetito, lociones anti-ojeras, bótox, marcas de todo cuanto uno necesita comprar...  cursos, idiomas, viajes,  todo cuanto implique logros.   Se han acentuado las manías y se ha dejado de lado la inocente espontaneidad.  Conversamos con hábil profundidad y con liviana cordialidad, temas grandes,  si gozamos la maravilla de una comunicación abierta con un digno interlocutor, pero resulta fácil  acartonarnos  frente a la vida en una rutina que se nos convierte en el sitio seguro donde elegimos estar.  Si un tema nos incomoda,  cambiamos sin mayor aviso y podemos ir de la política, a la noticia del día,  a discutir sobre preferencias en gastronomía y si se acalora la conversación porque se ha vuelto demasiado personal,  del chisme al chiste.  Evadimos a ratos lo que somos con tal de encajar,  como seguramente aprendimos a hacer por ahí de 2° de primaria y hoy día,   casi lastimosamente,  nos preguntamos ¿tú qué tomas para la presión? ¿ quién es tu cardiólogo? ¿ya tienes nietos? (ésta,  con cara de sorpresa y espanto),  ¿tú no te duermes en el cine? ¿cuántos años hace que trabajas ahí?  y así, llego a cuestionarme ahora ¿qué tema nos tocará atender mientras este ciclo crece?    Si somos afortunados, nos pasarán aún muchos temas por venir y con suerte,  ellos también nos harán sonreir,  gozar de verdad lo que hemos construido en nuestra propia persona. ¿cierto?  o mejor,  cambiando de tema,  ¿crees que llueva?

lunes, 7 de julio de 2014

Estos minutos de hoy

Hay días en que cuesta mucho funcionar.  El día se queda en la modorra de esos minutos en que uno se resiste a abrir los ojos y se aferra a la almohada en rebeldía inútil,  ya sabiendo que habrá de echar a andar la rutina como todos los otros días.  Los minutos de quedarse en cama pasan volando y hoy más que siempre,  sabe a demasiado pronto el amanecer.  Vertiginosos, igual, pasan los minutos de alistarse para salir y más aún los de llegar.  Entretenidos en ese pensamiento o sentimiento que nos apachurra el alma, la violencia vecinal del camino, no nos sabe a nada.  En cambio,  una vez frente al deber del trabajo,  los minutos del resto del día en la cotidiana responsabilidad,  se arrastran frente a nuestra incrédula mirada;  reptan burlones con su grave tono y su obesa dimensión.  Son minutos gigantes de una masa entre plastilina y engrudo.  Asquerosos.

Perdona lo gráfico de mis minutos de hoy.  Quería que pudieras verlos para tal vez alcanzar a compartir esta sensación pesada que puede haberte tocado a tí de vez en vez.  Hoy sigo aplastada por el tic tac (que ya no suena)  de mi reloj y el día se me ha hecho eterno.  No quería salir, ni abrir los ojos, ni ver a nadie, ni saber nada...   estoy triste.

Durante el día,  una cercana amiga supo de mí,  y entre juegos y respuestas a medias, dijimos que sería lindo quedarse en cama 6 meses, pero recordé a otra amiga, muy querida, que alguna época tuvo la voz para repetir algo así un número de veces, hasta que en un accidente de auto se fracturó la cadera y se tuvo que quedar meses en cama.  Toqué madera y retiré lo dicho.  No sería lindo quedarme en cama 6 meses... ni uno,  ni 6 días.  En mi tiempo normal, a veces no resisto ni 6 horas metida en la cama, de todo lo que me nace y me antoja hacer.  Solo que estando triste,  la energía y la capacidad del positivismo se me esconde y me deja en el desierto del desánimo.  Seco,  adusto,  gélido.  

Algo en lo que me he empeñado sistemáticamente y con todo el corazón, insiste en salir mal.  ¿Cuánto tiempo o cuántas repeticiones son suficientes para decidir soltar?  Si suelto,  ¿significa que me he rendido?

Con lo que me conozco,  vuelvo a preguntarme lo que me puede faltar para no estar triste.  Tengo salud,  tengo muy bien puestos los años de mi cierta edad,  tengo una familia que considero fantástica,  tengo alegría para verlos crecer, avanzar, llenarse y compartirse.  Tengo solidaridad, primero para ellos, pero también para muchos más.   Tengo un trabajo que paga mis cuentas y uno o dos gustitos modestos,  tengo el resto de mi vida para insistir en aprender lo que quiero,  en leer los millones de libros que me faltan,  tengo todo el abecedario para armarlo y desarmarlo y escribir poemas, canciones o estas necedades que a tí te da por leer (para mi enorme fortuna y lo digo con gratitud),  tengo cientos de recetas aun por estrenar en la cocina,  tengo fe,  tengo anhelos, viajes por hacer,  personas por conocer,  canciones por cantar, ríos por descender,  paredes que escalar.  Tengo pláticas enormes con seres elevados, familiares de sangre y familiares elegidos,  tengo ganas y tengo fuerzas para todo ello.  Tengo tiempo.  Tengo mi vida.

No me reprendas con un zape electrónico (aunque sé que lo merezco).  A decir verdad,  ahora que lo platico contigo, me siento mucho mejor.  A mis tres personas favoritas en el mundo, les he dicho repetidas veces, que hacer conciencia es como aprender a leer:  "una vez que ya sabes leer,  no puedes fingir y hacerte el loco con que -no entiendes lo que estás leyendo"...   Hago conciencia justo aquí.  Reubicando mis prioridades, en esta incesante escala de valores,  me encuentro conmigo en este día donde he sido disfuncional para mi propia persona,  por pura torpeza.  Mi empeño no ha sido inútil, aún cuando insista en salir mal.  Debo respetar la frontera de las voluntades y resumir mis fuerzas a donde las cosas dependen de mí.  Donde no,  debo saber soltar.

La buena voluntad es una certeza feliz que se regala en total libertad.  Creemos,  nos abrimos,  nos dedicamos.  Seremos recibidos en bien...  o no,   pero eso ya no depende de uno, sino del otro personaje en cada cuento.    Yo elijo poner mi buena voluntad para lo que creo, para lo que me toca.   Elijo creer.  

para los minutos que queden de hoy,   elijo creer en mí.  Hoy elijo darme a mí,  buena voluntad.

domingo, 29 de junio de 2014

y tú te quejas?

Entre todas las edades he escuchado (y repetido)  la constante queja de lo que queremos y no tenemos aún.   Lo que se nos antoja, puede mostrar datos precisos sobre nuestra personalidad,  nuestro estilo de vida,  nuestra economía,  obviamente nuestra edad y peligrosamente, nuestra frustración.

En el camino que recorro rutinariamente, hay un exceso de colorido entre anuncios espectaculares, paredes decoradas de comerciales y las nuevas pantallas que hacen las veces de televisión para anunciar películas, productos, partidos políticos, ofertas de todo tipo.  Demasiada información para asimilar entre la inconciente guerra que uno monta sobre el transporte para adelantar un metro más que el soldado va al lado...  vivimos distraidos en un mundo impersonal y gélido.  Descontaré de mi comentario, aquellos comerciales donde es una persona atractiva en prendas menores la "distracción"  esos, se llevan algo más de dos segundos de nuestra atención y a veces, hasta nos llevan a reconocer cierto instinto de humanidad en nosotros mismos.  Somos seres básicos.  Los mercadólogos entienden y manipulan nuestras mentes alevosamente.

Somos nuestros comerciales,   nuestras historias en la tele o el cine,  el artista de moda,  el campeón de tal deporte,  somos un objetivo a conseguir y estamos totamente aturdidos y ciegos frente a ello.  Absortos en el mecanismo mercadológico que es el verdadero gobierno del mundo y andamos a tientas en un torbellino de ambiciones, anhelos, envidias y pura frustración.  De algún escrito ajeno, en un fin de semana de grandes ofertas a crédito,  saqué la frase de que "compramos lo que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para conseguir la aprobación de personas que no nos importan".   Es exactamente nuestra pasión vital.   Colores, diseños, cortes, formas, nuevas habilidades, alcances, como si con el solo hecho de enfocar la vista en el objeto del deseo,  adquiriésemos un nuevo poder sobrehumano.  Una nueva urgencia por conseguir.  Desgarramos el ánimo de nuevo, cuando en lugar de una figura digna de comercial, tenemos esta silueta normal y mundana.  Pensamos en cirugías,  venenos, fajas, médicos y medicinas que prometen milagros.  Fruncimos el ceño si este desgraciado infeliz tiene un mejor auto que el nuestro,  que con tanto trabajo mantenemos lejos de llamarse corcholata;  escuchamos la charla crecida de algún fulano que tuvo viaje a un país que nosotros no conocemos.  Deseamos el nuevo celular, el nuevo aparato, una tele más grande,  el perfume que anuncia tal artista,  la ropa de moda,   el lugar de moda, la bebida de moda...   más allá de nuestros recursos,  nos vamos llenando de necesidades generadas por el anhelo  y éste, nos invade el subconciente desde el exceso de información con que somos atacados a cada instante del día.  En competencia,  ¿con quién?  ¿para qué?

En el colmo de quién soy frente a esta idea,  por la cierta edad -seguramente- me vuelvo a cuestionar ¿cómo es que lo permito?  ¿acaso no tengo control sobre lo que consumo o deseo consumir?  Uno de los peores, pero más claros ejemplos que encuentro,  es de nuevo la comida:  nos resolvemos la hora de comer con un combo de hamburguesa, papas y refresco y me atrevo a decir que costará al menos el doble de lo que una buena comida hecha en casa podría significar.  No nos tenemos el cariñito de cocinar un guiso sencillo que llevar al trabajo.  No hay tiempo.  Las cocinas económicas, fondas, restaurantes familiares, desaparecen frente a las marcas trasnacionales de comida rápida que ofrecen acortar el tiempo de espera y en las letras pequeñas deberían declarar la garantía de incrementar los problemas de salud.   Las tienditas de esquina se esfuman gracias a las tiendas de conveniencia y así,  sin darnos cuenta,  nos volvemos adictos a ciertos usos y costumbres que no ayudan a la economía de nuestro vecindario,  de nuestra ciudad,   de nosotros mismos.

El tendero vecino es un buen hombre de edad madura,  algo más que cierta edad, diría yo.  Cualquier día regaña si él mismo ha hecho mal la cuenta del cambio y se le hace saber,   pero la verdad es que es infinitamente más amable que cualquier empleado de la tienda de marca que abre 24 horas, y que está en el camino cotidiano.     La fonda que acostumbramos visitar,  también vende hamburguesas, pero tiene además meseros, que olvidan el pedido y a veces tardan un poquito de más,   y que ignoramos o elegimos callar el inconveniente, porque es donde hacen una sopa de tortilla y unos chiles rellenos que tienen casi la sazón familiar, en un sitio cálido y limpio.   La boutique de dos cuadras abajo de casa,  pequeñita y siempre festiva,  tiene diseños que no se le ven a ninguna otra persona en mi entorno laboral...  porque obviamente no vende una etiqueta que encuentras en todos los centros comerciales.  Así que, si no elegimos apoyar lo que producimos,  como hacen otras comunidades tradicionalmente exitosas,  ¿de qué nos quejamos tanto?

No podré ir con un traje típico a trabajar mañana,  pero por mi palabra de honor que no compraré comida rápida de marca extranjera.  Ya debería -a cierta edad-  saber elegir lo correcto.

sábado, 21 de junio de 2014

producir una vida

Despertar.  demasiado temprano para mi gusto.  Saltar a la regadera apenas con conciencia, elegir lo qué vestir entre sorbos de café que salva vidas.  Despedirse amorosamente (si uno tiene la suerte de vivir con alguien a quien ama).  Salir de casa,  El instante de ingreso a la fila para dar vuelta, entre otros cien autos, antes de llegar al verdadero tráfico de la mañana, ignorar las mentadas, los lanzamientos de lámina y la desesperante cruzada por un metro cuadrado...  llegar a la oficina, saludar al resto de los quejosos que tampoco querían llegar,  preparar café.  Abrir el correo del trabajo,  suspirar;  comenzar el día.   Un día más.

Pasamos por tanta gente -tan invisiblemente-,  que bien podemos formar parte de un paisaje urbano que tiene poco para llamarse "sociedad":  por completo impersonal.  Si andamos en la calle, no somos vistos,  no vemos a los demás.  Si no voy tarde, (y me acuerdo de algo además de la inmortalidad del cangrejo), me gusta ver los rostros de esas personas que van caminando la banqueta o en el auto,  en las ventanas de los camiones de transporte público, de pié...  de malas.   Ceños fruncidos,  malhumorados y distantes.  Seres vivos inmersos en el deber y que no encontramos placer en ello.  Esta es la selva de la ocupadísima gente que trabaja, cumple horarios y produce dinero para poder sostener su mundo,  sostener un estilo de vida,  juntar para las vacaciones,  tener dinero para ese artículo que está en los anuncios espectaculares y se ve tan lindo,  la tecnología, el vestido,  los costos de transportarse,  de alimento,  una vivienda lo más acorde posible a nuestros sueños.  Como estamos en cierta edad,  seguro  la vida ya se nos complicó de maravilla y  habrá -además de todo lo anterior- que tener medios también para la mejor escuela de nuestra zona  (habitacional y de costos) para los hijos; y con suerte, lograr recursos para  algún que otro gusto para la pareja, el gimnasio de mejor nombre, y cien mil etcéteras que están ya de sobra ennumerar.  Producir la vida implica abandonarse a un básico de tener, para ser. 

En este mundo social donde somos "nadie"  para tantos, y somos tantos para el capitalismo,  jugamos el papel importantísimo de no importar.  Colectivamente,  como células de un organismo, hacemos lo que nos toca, sin cuestionar,  obedientes. Borreguitos del rebaño.  Debemos conseguir.

Se dice por ahí, que pasamos los primeros años de la vida desgastando la salud para conseguir dinero  (y el estatus que implica),  para llegar a los años avanzados y acabar todo el dinero par intentar conseguir  salud.  A cierta edad,  tal vez estamos a tiempo de reubicar las prioridades.  Me gusta creer que la meta de la vida es ser feliz.  La felicidad de cada instante, se mide con la distancia que existe entre lo que quieres y lo que tienes.  A tí,  ¿qué te hace feliz?  ¿Te preguntas qué falta para conseguirlo?

Con todo lo que hemos aprendido, porque ya estamos aquí,  en los años de comenzar la evaluación...  tal vez valdría la pena preguntarnos  ¿dónde dejamos olvidada la individualidad maravillosa de nuestros gustos y placeres?  Yo encuentro como posible respuesta, la inercia dictadora de nuestra sociedad impersonal.  La vida se volvió de obligaciones.   A cierta edad ya no salimos a caminar a la alameda,  a andar un camino pueblero,  un mercado nuevo,  una banqueta o toda la colonia en patines,  ya no jugamos un partido callejero de nuestro deporter favorito, con la pandilla amistosa de la cuadra,  ya no estamos para descender un río (y ya no hay tantos ríos), ya no jugamos canicas (ya casi no hay sitios donde las vendan),  ya nos olvidamos de cómo jugar el trompo, el balero.  Dejamos el fantástico placer del juego en que éramos mejores, para vestir una actitudinal playera de moda, en la temporada de tal o cual torneo, copa o  liga (y de mejor estilo si ésta es internacional).  Hoy dia, la pasión del juego se convirtió en consumismo también.  Aquello de tener para ser,  es lo que nos define.  Si reducimos el universo social a nuestro más breve entorno,  entre los más cercanos,  ¿podemos disfrutar sin consumir?  ¿podríamos volver a disfrutar las carcajadas y triunfos de un juego de mesa?  ¿Podríamos dejar de asistir a centros comerciales como la salida familiar del fin de semana y en su lugar, ir al parque?  ¿podríamos gastar menos la vida en la búsqueda de encajar en donde no contamos para nada,  y disfrutar más lo que en realidad importa?   

Por mi parte,  robándome el comentario de una red social,  diré que a cierta edad,  he madurado.   Cuando tú madures, ven a buscarme a los columpios. 


jueves, 19 de junio de 2014

Mi fragilidad tuya

Hemos crecido y adelantado años en conocimiento y experiencia, para andar por el mundo bien seguros, plantados, enteros;  confrontamos la realidad con una sabiduría que en tiempos más jovenzuelos no se nos habría ocurrido jamás.  Erguimos la espalda, respiramos hondo y tomamos decisiones con soltura,  porque las vivencias así nos lo permiten.  El asunto de resolver lo que la vida trae, está ya grabado en nosotros,  que tenemos cierta edad,  con firmeza y confianza.  Casi siempre.  O eso nos gusta creer.  Cuando me lo pregunto,  (porque el engranaje mental no me suelta),   me gusta pensar que hay certeza y asertividad en lo que voy eligiendo como solución a los pequeños, medianos y grandes retos y eso exactamente es lo que encuentro fascinante en la gente que admiro y que no dejo de observar por esa admiración.  Respeto profundamente a esas personas que deciden, eligen, disciernen con serenidad entre sus opciones y esgrimen la elección como si tuvieran un guión perfecto entre las manos, para que los resultados sean favorables. 

Y luego,  claro,  llegan las pequeñas y absurdas "pruebas"  con que la vida nos sorprende y asalta un día pleno y feliz,  para aturdirnos, desnivelarnos y hacernos titubear:  hoy -otra vez-  me enfrento a mis miserables dudas, por un evento minúsculo que debía ni siquiera llamar mi atención.   Hoy olvidé que no traje auto y había ofrecido llevar a dos personas a un destino cercano.  Tres bajo la lluvia esperando poder resolver.  Tomaron taxi.  A mí me tocó esperar a que vinieran por mí.  Pasé la frustrante pena de admitir el olvido y sin importar que a ellas no les afectara tomar un auto de sitio, mientras esperaba, a mí  se me quedó la sensación de impotencia.   Me observo.  Me entero -otra vez-  que tengo obsesión por el control y que el triunfo de "decidir correctamente"  en mi caso es un síntoma de autonomía e independencia que ya debería haber extraviado,  porque así es como la vida se me ha replanteado.  He resistido ese cambio,  por un mecanismo automático y de autoconservación que me llevó  a sobrevivir y a sacar adelante montones de responsabilidades,  con éxito incluso.  Estoy sobre la costumbre de "probar"  que yo puedo.  Yo me encargo.  Yo resuelvo.  Yo sí.  Yo-yo...   qué vergüenza.   Cuando una de estas bromas mundanas de destino me dejan inmóvil y sin saber qué hacer,  y sobre todo,  dependiendo de alguien,  regreso a la sensación de los cinco o seis años de edad, cuando por dos segundos no encuentras a tu mamá en el mercado.  Desolación y miedo.  A cierta edad, claro que no podía sentarme a llorar en la banqueta durante la helada y horrible espera,  como mi instinto solicitaba. No era ni propio, ni elegante.  ¿te ha sucedido?  Seguro no,   Seguramente tus certezas no te permiten orillarte a estas fronteras infantiles de absoluta fragilidad inconfesable.  ¿verdad?

Sea la pareja,  un familiar (uno de los favoritos),  una amistad de esas que se hermanan para toda la vida, es decir alguien realmente cercano...    teniendo a quién contarle estas burradas, parecería sencillo enfrentarlas, compartir y hacerlas menos casi instantáneamente porque el asunto se parte en dos,  se reparte y se hace más liviano.  Podría ser lo obvio, pero mira bien...  no necesariamente es así.

Con tanto por hacer y con tantos años de repetición en que la ayuda era algo impensable,  en el tiempo de ser la única persona adulta que decidía,  sí aplicaba aquella voluntariosa definición de unicidad,  pero en este tiempo  en que ya hay alguien más,  tiempo maravilloso de tener compañero de vida,  y que -por fin-  alguien diga "no te preocupes,  yo me encargo",  sencillamente estalla en mi cara como cubetada de agua helada.  Mi fragilidad jamás ha sido tan evidente.  Hoy que se reparte, parece hacerse más grande y por primera vez me encara con un gesto desafiante:  ríndete.  Acostúmbrate.  Cede.  Concede.   Adiós control ¿cierto?  (rayos!  con todo el trabajo que me costó!!)  Para esa estupenda persona cercana a mí,  puedo elegir y decidir con una rapidez que le infunde calma y hago lo que sea necesario para que se sienta mejor y con tranquilidad.   Pero recibir eso,  cuesta más que trabajo para alguien con armadura mental, como yo.   Soltarme a ser frágil me resulta una tarea tremenda y confesarlo es casi tan difícil como darme cuenta de que así soy.    Aparentemente la cierta edad, acierta en esto de analizar y llegar a la profunda verdad que nos conmueve y nos limita,  para poder erguir la espalda, respirar hondo y sonreir al momento de la fantástica elección de dejarse ayudar.   A veces,  lo sabio, adulto, responsable y sensato es, simplemente,  no ser yo quien decida.

martes, 10 de junio de 2014

hablar de menos

Las palabras tienen una dimensión propia, carácter y significado,  siempre acorde al tono con que son dichas.  En momentos sensibles, si somos parlanchines, salimos con algún discurso enarbolando la gracia o profundidad del evento en turno;  en tiempos duros, encontramos solidarias palabras con qué apoyar a cualquier compañero de rutina,  repartimos consejos sabios que (no vamos a cuestionar), tal vez no hemos probado a modo personal.  En el mejor de los casos, a cierta edad hemos aprendido a no hablar de más,  (en un caso promedio "normal");  manipulamos los modos y usamos palabras disfrazadas para revelar a medias una realidad molesta, cuando la situación es en confianza y andamos con una precaución inconciente que no se vaya descosida encima de nadie...  o, ¿si?    -De acuerdo-  en esas acaloradas ocasiones y con gente muy cercana, "se nos va la boca".

Me gusta pensar que las palabras son semillas y que portan en sí, una memoria futura:  algo que vamos a recordar o algo con lo que seremos recordados.  Una flor de aroma imborrable,  o una adusta vara de espinas.  

Para no hablar de más,  a veces, hablamos de menos.  Callamos la claridad de una razón sensible que nos mueve y nos la cargamos en solitario, cosa que frecuentemente se convierte en resentimiento.  Nos vamos guardando la graciosa prudencia y nos volvemos un poco más solos.   Medimos en un juego de tonos, miradas, silencios,  y decidimos lo que no queremos compartir.   En los casos de personas herméticas por personalidad,  sin duda es más difícil llegar a lo más hondo de la verdad, pero, aquí entre nos...   ¿para qué callar las palabras de lo que se nos queda convertido en arrugas?   (de inmediato contesta la voz de mi abuela, que habita en mi memoria:  "en boca cerrada no entran moscas")

Todos queremos escuchar palabras aprobatorias que se refieran a nuestro comportamiento, nuestro carácter, nuestro físico, nuestra forma de pensar, de actuar.  Necesitamos corrección,  amabilidad, calidez en las voces que nos tratan.  Demandamos un trato digno de nuestros superiores,  de nuestros hijos, de nuestros empleados.  De nuestra persona con conexión emocional, necesitamos palabras de amor, piropos, mimos, solidaridad, paciencia, certeza y -por favor-   simplezas que nos hagan reir y con ello olvidar un poco la vida rutinaria.   Somos profundamente concientes de lo que queremos escuchar.  Con tanta inteligencia, podemos definir, descifrar, criticar y encontrar correctivos para cualquier tercera persona, cercana o no.   Complicando el asunto, podemos además, discutirlo con otros listos como nosotros y la cosa se puede llamar "interés"  o "chisme";  da lo mismo.  Somos complejos en la carga emocional con que observamos y diagnosticamos al otro y, como se decía en tiempos de mis abuelos,  vemos "la paja en el ojo ajeno..."  nos llenamos de palabras y en alguna persona encontramos dónde vaciar nuestra claridad en un juicio tras otro.  Posiblemente sea una clase de miedo disfrazado y la más básica búsqueda de aceptación o de reconocimiento, lo que nos lleva a juzgar y afirmar que esto que pensamos, es lo correcto.   O tal vez,  estamos tan sumidos en nuestra individual rutina, absortos en el drama personal,  que ya ni nos damos cuenta, cuántas veces,  cuántos días, no hemos mirado a los ojos y preguntado un sincero y sentido ¿cómo estás?  a la persona cercana.  ¿Acaso hemos olvidado que no somos lo único en este mundo que vale la pena?  A cierta edad y con la decidida voluntad de ser adecuados, correctos, congruentes, aceptados y maduros:  ¿elegimos con juicio las palabras con las que queremos ser recordados? 

jueves, 29 de mayo de 2014

Nada nuevo bajo el sol

Por más que me empeño en lo contrario,  no dejo de escuchar malas noticias.  Tal vez porque así es la vida o nuestra sociedad, o a lo mejor somos una raza decadente desde los comienzos de la historia.  Hay bueno y malo en todos nosotros.  Tenemos grandes capacidades, hacemos ciencia, tecnología, obras de arte y lo usamos igual para el placer que para el disgusto.  Así somos desde la biología que nos construye.  Como animales, tenemos instintos de supervivencia que requieren probarse entre los individuos de la especie y pasan a ser competencia;  como leones bebés que juegan a morderse y que crecen hasta que uno de ellos resultó el más fuerte y se autonombró sin oponente,  líder de la manada.  No es asusnto exclusivo de varones.  Las hembras usan otros métodos, aunque no excluyen la fuerza física para probarse.  Es tan solo naturaleza, supongo.  En mi tiempo escolar, viví esa competencia en hombres y mujeres muy de cerca.  Siempre hubo quienes todo lo definían y eran el modelo a seguir para muchos que carecían de ese carácter dominante.  Eran con frecuencia los guapos, los pudientes que no carecían de medios para lo que sea que se les ocurriera.  Nosotros los demás teníamos subclases con otros intereses y capacidades e intermitentemente pasamos por la crítica y desaprobación de aquéllos.  Los ganadores regían sobre a quiénes se les podía hablar y a quiénes no.   Quién era correcto y quién no.  Los agresivos de la clase alfa se prometían puños para la hora de la salida del colegio y la mitad de la escuela construía el coliseo callejero a salvo de la autoridad, para demostrarse quién tenía la razón en la disputa en turno,  que al cabo su padre, que es muy hombre,  le enseñó a pelear y a reirse de la mediocre víctima, después de lastimarle,  con una lección que no olvidara. -  con o sin razón para un pleito a golpes, (eso no era lo importante).  Las reinitas del alfa femenino, hablaban en términos terribles, eran agresivamente descalificadoras y marcaban con un chisme y sus burlas, el destino del año escolar de algún otro compañero o compañera de clase -y muy frecuentemente, de género;    en ocasiones,  degradaron el autoestima del elegido en turno, y le dejaron maltrecho y desonrado, con lo que de hubo de aguantar para el resto de la vida escolar (si no es que del futuro completo).  Nuestros padres (nada amorosamente) nos advertían: "el pez grande se come al chico",  "si te pegan,  ¡pegas!" es la "ley de la selva"  y aunque no tuviéramos la madurez para entender razones (que tampoco nos daban), pasamos por todas las pruebas del más básico instinto animal,  entre chicos, medianos, adolescentes y jóvenes adultos, cada vez tratando de mantener la nariz arriba y que la honra no quedara aniquilada.

Por fortuna,  hay muchas otras especies en el mar.  Posiblemente como tú,  cuando pez,  yo fue siempre chico,  hasta que conseguí mimetizar en estrella marina, caballo, ostra y otra variedad de enconchados que no mostraran proteínas a los depredadores.

El dolor de eventos que en estos años y  a cierta edad,  podrían llamarse ridículos por poco importantes,  acaban por marcar la vida de quien los vive joven.   Sí hubo a quien  yo conocí,  que se vio en la necesidad de cambiarse de escuela para no continuar siendo el blanco de la crueldad de su medio social;   hubo quien perdió uno o dos años en secundaria, para mantenerse "a salvo" de la mafia escolar, allá metido en su casa,  consiguiendo por ese pánico, además, el desagrado de sus padres y hermanos mayores.  Tengo desenlaces desastrosos para estas historias, que prefiero no contarte ahora.  A la vuelta,  sé, como sé que sabes,  que somos una especie tremendamente cruel.   Cruel podría llamarse a la mamá pájara que lanza fuera del nido a un polluelo que nació con la pata chueca o con un ala pequeña.  No le dedica alimento, pues su instinto dicta que no crecerá bien, y sencillamente lo lanza a morir, quedando ella libre para invertir su esfuerzo en los pollos que gritan con salud completa por comida.  Nosotros hacemos cosas peores.  Usamos la inteligencia asombrosa que nos distingue,  para aprender sobre las vulnerabilidades de los demás,  y de cómo mantener disfrazada nuestra propia fragilidad,  de modo que podamos pegar sin que nos peguen,  o recibir los menos golpes posibles.  Aún a cierta edad, no hemos perdido la rapidez de reaccionar frente a la sensación de peligro y saltamos con nuestro mejor "golpe"  que desarme al contrincante en cuestión y lo deje ver tan mal, que no se anime ni a responder.  Somos animales bajos, que sacamos del nido al distinto, al de otro color, al del defecto visible, al de la dificultad motriz o psíquica, al que envidiamos, al que piensa diferente a nosotros, al que siente distinto, al que necesita algo que no comprendemos, al que no tiene urgencia por pelear,  al que se somete,  con muchas más ganas al que no se deja someter...   y a todos aquellos que la sociedad diga que no son bien vistos.  Lo echamos con inhumanidad en un acto bárbaro y salvaje, de nuestro grupo, de nuestro visor, de nuestro interés.

Todos nosotros hemos pasado por abuso;  hemos sido alternativamente, los peces grandes o los peces chicos. Claro que en nuestro tiempo de escolapios, nadie tenía una cámara fotográfica que le enviara una foto instantánea a toda la legión de inmaduros contemporáneos y el asunto tenía una reserva ínfima de espectadores.  La actividad señaladora y acusadora era constante, tal como es ahora y aprendimos bien la tarea de nuestros padres,  ¿quién critica a quién? ¿quién tiene siempre la razón?,  ¿cuál de los dos se somete? si no entre ellos,  ¿es un hermano de alguno de ellos? ¿alguno de las o los abuelos?   lo hemos visto toda la vida,  hace años lo sufrimos igual que todas las juventudes de la historia y aun cuando era en comités menudos y escasos en audiencia, igual resultaban insufriblemente crueles.  Se nos queda para siempre la huella y la verdad,  (aquí entre nos),  aún lo practicamos cualquier día, o todos los días. Podemos parecer estrella de cine y andar por el mundo con una seguridad avasalladora...  pero la verdad es que los grandes,  siguen siendo agresivos, mandones, resentidos, envidiosos,  dictadores, violentan situaciones y se llenan de adjetivos criticando como si fueran dueños de la verdad,  porque ahora tienen un poder reconocido seguramente y un título que los afirma;    y los chicos, siguen siendo fáciles de amedrentar, inseguros, tibios,  temerosos,  cobardes,  pusilánimes, carentes y con o sin título,  parecen hechos de algo que no es notable ni importante.  Lo practicamos con nuestros iguales,  con gente menor, mayor, del trabajo, de la calle, de la escuela, de todos los estratos socio-culturales,  incluso con nuestra gente más cercana, en familia y en casa.   

Por miedo a ser descubiertos en nuestros laditos flacos y sensibles, mejor nos portamos como panteras y llevamos al extremo el instinto de competencia para dejar la inteligencia lejos de la razón y llenos de certeza volvernos únicamente animales. 

Con este ejemplo como constante,  no es de extrañarse que lo que ha habido siempre y ahora llaman bullying,  siga sucediendo y cicatrizando personas aún en desarrollo,  que hoy día le temen más a los medios y redes sociales,  que a la autoridad escolar, familiar o gubernamental.   Prefiero ser plancton.

lunes, 26 de mayo de 2014

Cocina el día

Ha llegado la hora de comer y de nuevo la curiosidad y esta innegable soberbia gustativa me detiene a definir de cada bocado los ingredientes que lo forman.  Cerdo o res,  estragón o albahaca, tomate, laurel...  cuando encuentro plena satisfacción de haber descubierto los elementos que componen mi platillo, soy feliz.  Puedo reproducirlo con mis medios y me invade la altivez de poder hacerlo incluso mejor.  Descubro con gusto los amargos, los ácidos, los dulces, las notas picantes y el breve amargo que hay en tantos alimentos cotidianos.  Como puedes darte cuenta,  me gusta mucho cocinar.  Todos tenemos algo en lo que creemos ser inigualables.  A cierta edad, hemos pasado por repeticiones incontables de eventos, sabores, lugares, hechos y situaciones, de manera que ya nos conocemos bastante bien.  Elegimos nuestra gran capacidad para (...) y la portamos con orgullo,  la cultivamos con esmero y llegamos a depender de ella para mejorarnos el día a día y ser más felices.  Seguro ya encontraste con esta charla, tu propia máxima cualidad.  Esa para la que tú eres mejor que nadie que conozcas.   Tengo la certeza de que usas esa cualidad para que la vida salga mejor,  tal  como hago yo.  Tomó tiempo, claro,  pruebas y errores para llegar al mejor nivel hasta este momento  y seguimos aprendiendo.   Sin duda hay millones de personas, mujeres y hombres que cocinan mejor que yo,  alimentos que desconozco, técnicas que ni imagino, etc.,   pero esto de preparar alimentos es una de mis cosas favoritas.  He tenido la fortuna de conocer el gusto exacto de mi gente y puedo mimar tanto a cada uno,  que las horas que pase trabajándolo nunca son pesadas.  Me resulta un placer cada paso, desde la compra de ingredientes, hasta la sobremesa, cuando todos quedaron satisfechos y sonríen.  Los platillos que miman se vuelven memorables y llegan a leyenda. 

Igual que con los alimentos,  a veces siento en mí una necesidad de observar,  que encuentro cerca de la patología.  Incursiono en el análisis y cuestionamiento de todo lo que me rodea, o mejor dicho, de todos los que me rodean;  entro en una especie de trance y comienzo el desglose de los eventos pieza por pieza,  trozo a trozo hasta llegar a los elementos raíz para "separarlos"  y pueda entonces meterlos en un frasquito imaginario y almacenarlo en mi alacena de elementos emocionales,  tal y como especias hay en mi cocina:  etiquetados, bien definidos y almacenados en mi memoria siempre listos para identificarse con lo que sea que quiero cocinar,  ó lo que sea que cocina mi mente. Habemos seres de todos los sabores.

Somos una especie muy básica y vivimos atorados en una sociedad demasiado hostil para permitirnos ser dulces fuera de la familia o los pocos amigos que se volvieron familia.  Es muy frecuente encontrar, en lugar de esos dulces,  los amargos que dan el trabajo,  la calle, la competencia, la rutina, las relaciones forzadas que trae la vida cotidiana en el mundo de allá afuera.  Hoy, por ejemplo,  una brillante y triunfadora consultora de mi oficina, soltera y también de cierta edad, pasó una mañana difícil.  Como no es su costumbre, su voz se escuchaba en discusiones severas y las pocas veces que se dejó ver entre los demás, su rostro grave, gris, ácido y seco me pareció todo lo triste que se puede estar.    Para fortuna mía y porque me agrada casi siempre su forma de ser,  nos tocó la misma mesa a la hora de comer.  Callada y mirando su plato de sopa de entrega a domicilio,  no compartió como otros días, amabilidad o risa y se dedicó a vaciar el plato y llenar su boca.   Antes de que llegara al plato fuerte, adelanté a servirle una porción de lo que yo preparé para mi comida del día.  le serví sin preguntar y lo acercó sin duda.  Después del primer bocado,  su rostro amargo cambió.  Me miró con una sorpresa que me pareció casi infantil y al segundo trozo, se le llenó la cara con una radiante sonrisa con la boca cerrada que le suavizó la expresión como si fuera toda ella una gomita de azúcar de color rosa (no hay nada más cursi y dulce para ejemplificar).  Después de un sorbo a la lata de refresco, alargó una mano para alcanzar la mía y dijo que no había probado esa receta desde que su abuela dejó de cocinar,  un año antes de morir,  y me regaló un "gracias"  que me guardo con su dulzura en la alegría y en  esta sonrisa con que te cuento ahora.  Su ánimo y tarde fueron de buenos resultados.

Es un tema conocido el de que la comida nos llega al alma.  Comer es una necesidad vital y la cubrimos con lo que sea,  sumidos en la vorágine de nuestra rutina de prisas y presiones.  La comida es calor de hogar.  Es amor y alegría, puros y en especie,  si nos detenemos un momento a darnos gusto en uno de los escasos placeres completamente libres que tiene el ser humano.  Con una dedicación personalizada, para la vida, se cocinan sonrisas y memorias.  Buen provecho!