domingo, 1 de noviembre de 2015

La muerte

La muerte es parte de nuestras vidas.  Para comenzar,  es la única cosa que tenemos garantizada desde el momento de nacer.  Todo lo demás dependerá de circunstancias, eventos y "suerte".  No así la muerte.  Esa de seguro va a llegar.  Nos la cruzaremos andando el camino de vivir,  incontables ocasiones, unas más de cerca,  más propias,  otras de lejitos, más ajenas.  Algunas marcarán nuestras vidas y se quedarán convertidas en un dolor seco y mudo para siempre.  La muerte y su certeza.  La catrina, para nosotros en esta noble tierra y por región, o dependiendo del tamaño del discurso que la implique, la llamamos: la Chingada, La Fregada, La Hilacha, La Rasera, La Matadora, La Cargona, La Huesos, La desdentada, la Jodida, la Pelleja, la Cabezona, la Chicharrona, la Canaca, la Indeseada, la Chiripa, la Chinita, la Patas de Hilo, la Patas de Catre, la Hilacha, Doña Osamenta,  costal de huesos, la Siriquisiaca,  la Pelada, la Espirituosa, la Chifosca, la Chupona, la Democrática, la Malquerida, la Flaca, María Guadaña, la Enlutada, la Chupona, la Grulla, Patas de Popote, la Polveada, la Comadre, la Dama del Velo, la Indeseada, la Trompada, la Dama delgada, la Curamada, Patas de Ixtle, Patas de Hilo, la Chinita, la Raya, la Hora de la Hora, la chirrifusca, la güera, la calaca, la tiznada, la tía de las muchachas, la canica, la huesuda, la blanca, la pelona, la Matiana y otros.  En una vuelta por Pátzcuaro, Michoacán,  hace unos años, con una de mis personas favoritas,  encontramos y adquirimos por módica suma,  un juego de lotería que en lugar del típico cantar del jarrito, el negrito, la dama, el cántaro, etc., canta estos nombres mexicanos a la muerte, con originales dibujos de  calaveras.   Andando en tiempo de muertos por cualquier pueblo mágico de México se luce en cada tienda y taller de artesanías a la catrina, en poses, actitudes y vestuarios innumerables.  Galana de todas suertes, hecha de barro en su mayoría, pero también las hay de madera, yeso, cerámica, latón, antimonio y vidrio;  vestida con su atuendo tradicional con falda de enredo y bordada a mano,  con el sombrero y velo, tocado de flores y plumas de avestruz de brillantes colores,  con formas de mujer pero mostrando los huesos,  con esa sonrisa irónica que puede tanto ser de burla, como de terror:  maravillosas todas.  Ya evolucionando en diseños,  se encuentran Catrinas vestidas de cualquier moda, coqueta, como vedette, vestida de novia o de Frida Kahlo,  (con cejas y todo), etc.   En el pueblo que habito hoy día, también se festeja la muerte en estos días con vendimia de magia que implica homenaje y una extraña resignación,  casi distante pero completamente propia.  La feria del alfeñique en Toluca, Estado de México,  es una vital oda a la muerte.   La tradición mexicana de honrar a nuestros difuntos,  y que inició antes de la llegada de los españoles, se ensalza en este mercado anual en el que el dulce es tan protagónico como la mismísima calavera.  De azúcar y con tu nombre...  o con el nombre de los difuntos que tomaron turno antes que uno,  el montaje del elaborado altar de muertos (también llamado ofrenda), lleva tiempo y método preciso para realizarse,  avanzando por días en la colocación del arco de carrizo o metal, decorado de flores amarillas para la tierra y moradas por el luto, siete o tres niveles, al gusto de quien lo hace, petate,  sal, pan blanco, incienso de copal,   cempazúchitl, garra de león,  pan de muerto, agua, veladoras y los manjares que a cada muerto agradaban.  Un Cristo,  papel picado de colores y coronando en lo alto la ofrenda,  la foto del difunto,  con la creencia de que en la noche de muertos regresará a confortar nuestra pérdida y hay que recibirle como en vida.

Por tradición, la muerte se celebra en mi tierra con burla y rezonga,   con versos (calaveritas, desde el siglo XIX), e imágenes, con altares y luto,  con risa y resignación.  José Guadalupe Posada dedicó en calaveras su arte para caricaturizar desde el chisme cómico a la noticia trágica, del suceso real a la narración fantástica y retrató como calaca a todo tipo de personajes: revolucionarios, políticos, fusilados, borrachos, militares, bandoleros, catrines, damas elegantes, charros, toreros y obreros, y tengo la certeza de que no imaginó hasta cuándo y hasta donde llegaría su estampa de "la Catrina" a significar para todos los nativos de este país.


Además del ánimo que me empuja por no perder las tradiciones que nos han criado y que podemos prolongar a la siguiente generación,  obviamente,  estas fechas nos hacen acariciar (no de buena gana), la idea de morir.  Desaparecer.  Irnos.  Dejar a los nuestros.  Este pensamiento se va haciendo más recurrente a cierta edad,  cuando vemos crecer a esos mocosos mal portados que nos tocó "asesorar" y se vuelven gente crecida y con opinión;  cuando nos vemos al espejo y nos da un breve ataque de sorpresa (que no compartimos con nadie),  porque lo que nos muestra el cristal no es la imagen que tenemos de nosotros mismos,  cuando los achaques comienzan a denotar que ya se nos pasó "la fecha de garantía"  y cruzamos dedos porque no llegue muy pronto "la fecha de expiración".  Nosotros los vivos honramos a nuestros muertos en esta época del año.  Me pica la cresta preguntar si acaso honramos la vida el resto del tiempo,  o la obviamos desapercibidos en feliz inconsciencia de su inevitable final.  


Alguien,  si tenemos suerte,  pondrá nuestra foto en una ofrenda de muertos alguna vez.  Alguna persona podría escribir en una calaverita de azúcar nuestro nombre.  Alguien pondrá, tal vez, en versos jocosos,  nuestras características de personalidad.  Si nos vamos a quedar en la memoria de alguien,  que sea con cosas buenas.


"la muerte me anda rondando,  yo ni los ojos abría,  tempranito me persigue, desde el cuarto a la cocina,  mejor estoy cocinando pa´invitar a la Catrina,  quien quita y le den agruras,  me deje para otro día" (M.Molina).