sábado, 21 de junio de 2014

producir una vida

Despertar.  demasiado temprano para mi gusto.  Saltar a la regadera apenas con conciencia, elegir lo qué vestir entre sorbos de café que salva vidas.  Despedirse amorosamente (si uno tiene la suerte de vivir con alguien a quien ama).  Salir de casa,  El instante de ingreso a la fila para dar vuelta, entre otros cien autos, antes de llegar al verdadero tráfico de la mañana, ignorar las mentadas, los lanzamientos de lámina y la desesperante cruzada por un metro cuadrado...  llegar a la oficina, saludar al resto de los quejosos que tampoco querían llegar,  preparar café.  Abrir el correo del trabajo,  suspirar;  comenzar el día.   Un día más.

Pasamos por tanta gente -tan invisiblemente-,  que bien podemos formar parte de un paisaje urbano que tiene poco para llamarse "sociedad":  por completo impersonal.  Si andamos en la calle, no somos vistos,  no vemos a los demás.  Si no voy tarde, (y me acuerdo de algo además de la inmortalidad del cangrejo), me gusta ver los rostros de esas personas que van caminando la banqueta o en el auto,  en las ventanas de los camiones de transporte público, de pié...  de malas.   Ceños fruncidos,  malhumorados y distantes.  Seres vivos inmersos en el deber y que no encontramos placer en ello.  Esta es la selva de la ocupadísima gente que trabaja, cumple horarios y produce dinero para poder sostener su mundo,  sostener un estilo de vida,  juntar para las vacaciones,  tener dinero para ese artículo que está en los anuncios espectaculares y se ve tan lindo,  la tecnología, el vestido,  los costos de transportarse,  de alimento,  una vivienda lo más acorde posible a nuestros sueños.  Como estamos en cierta edad,  seguro  la vida ya se nos complicó de maravilla y  habrá -además de todo lo anterior- que tener medios también para la mejor escuela de nuestra zona  (habitacional y de costos) para los hijos; y con suerte, lograr recursos para  algún que otro gusto para la pareja, el gimnasio de mejor nombre, y cien mil etcéteras que están ya de sobra ennumerar.  Producir la vida implica abandonarse a un básico de tener, para ser. 

En este mundo social donde somos "nadie"  para tantos, y somos tantos para el capitalismo,  jugamos el papel importantísimo de no importar.  Colectivamente,  como células de un organismo, hacemos lo que nos toca, sin cuestionar,  obedientes. Borreguitos del rebaño.  Debemos conseguir.

Se dice por ahí, que pasamos los primeros años de la vida desgastando la salud para conseguir dinero  (y el estatus que implica),  para llegar a los años avanzados y acabar todo el dinero par intentar conseguir  salud.  A cierta edad,  tal vez estamos a tiempo de reubicar las prioridades.  Me gusta creer que la meta de la vida es ser feliz.  La felicidad de cada instante, se mide con la distancia que existe entre lo que quieres y lo que tienes.  A tí,  ¿qué te hace feliz?  ¿Te preguntas qué falta para conseguirlo?

Con todo lo que hemos aprendido, porque ya estamos aquí,  en los años de comenzar la evaluación...  tal vez valdría la pena preguntarnos  ¿dónde dejamos olvidada la individualidad maravillosa de nuestros gustos y placeres?  Yo encuentro como posible respuesta, la inercia dictadora de nuestra sociedad impersonal.  La vida se volvió de obligaciones.   A cierta edad ya no salimos a caminar a la alameda,  a andar un camino pueblero,  un mercado nuevo,  una banqueta o toda la colonia en patines,  ya no jugamos un partido callejero de nuestro deporter favorito, con la pandilla amistosa de la cuadra,  ya no estamos para descender un río (y ya no hay tantos ríos), ya no jugamos canicas (ya casi no hay sitios donde las vendan),  ya nos olvidamos de cómo jugar el trompo, el balero.  Dejamos el fantástico placer del juego en que éramos mejores, para vestir una actitudinal playera de moda, en la temporada de tal o cual torneo, copa o  liga (y de mejor estilo si ésta es internacional).  Hoy dia, la pasión del juego se convirtió en consumismo también.  Aquello de tener para ser,  es lo que nos define.  Si reducimos el universo social a nuestro más breve entorno,  entre los más cercanos,  ¿podemos disfrutar sin consumir?  ¿podríamos volver a disfrutar las carcajadas y triunfos de un juego de mesa?  ¿Podríamos dejar de asistir a centros comerciales como la salida familiar del fin de semana y en su lugar, ir al parque?  ¿podríamos gastar menos la vida en la búsqueda de encajar en donde no contamos para nada,  y disfrutar más lo que en realidad importa?   

Por mi parte,  robándome el comentario de una red social,  diré que a cierta edad,  he madurado.   Cuando tú madures, ven a buscarme a los columpios. 


2 comentarios:

  1. Gran post. A veces toda esa rutina nos robotiza de manera increíble. Hemos perdido esa sensibilidad de disfrutar cada momento que nos rodea, pero creo que todavía estamos a tiempo de recobrar ese espíritu que antes convertía en magia las horas y producir una vida que valga la pena.

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  2. Gracias Edgar, así lo creo yo. Producir una vida es una pequeña decisión a cada instante. Juntamos pequeñas metas para alcanzar lo que más nos importa. La gracia está en perseguir lo que realmente queremos :) Comparte la idea. Saludos!!

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