martes, 22 de julio de 2014

arenas movedizas

Cuando era mucho más joven, una de las escenas repetidas en las series de televisión, que nos hacía temer por sus posibles implicaciones,  era la arena movediza.  daktari, tarzán, y otros programas que vi en años menores,  usaban este recurso como la escena peligrosa y de tensión;  ya sabes,  alguien cae en el pozo sin fondo,  que no tiene apariencia distinta del suelo y sin control comienza a hundirse.  Terror.  Moverse, sólo complica más las cosas y el desenlace es más rápido.  Si tienes suerte,  (muchísima suerte),  aparecerá el héroe del día para alargar una buena rama o una cuerda y rescatarte.  (hay que llevar sombrero para que al menos sepan dónde fué que se sumió tu cabeza).   Una vena abierta que lleva a los mismísimos infiernos,  o eso es lo que sugería la trama.    Hace años que no veo una de esas escenas en películas o series...   pero no porque no haya estado cerca de uno de estos sitios personalmente. 

En los años adultos,  nos rodean los pantanos así de peligrosos,  en todos los ambientes que ocupamos.  Familia, trabajo, mundo social...  aún sin sombrero y peor aún,  sin héroe,  corremos el riesgo nomás andando por el día,  de caer sin remedio.  Hoy  llamo arena movediza,  por ejemplo,  al silencio incómodo que se genera en un desacuerdo,  en un planteamiento de fricción que se calla para no entrar en abierto pleito:  ¿te ha pasado? a cierta edad,  lo que va tomando las riendas de nuestro paso,  es el miedo.  Confeso o no.   Siento la seguridad de que la otra persona tendría también,  (como yo),  un sin fin de instrucciones y reprimendas con qué corregirme a mí (o yo a ella),  para que el fango molesto desapareciera.  Sabríamos qué hacer si hubiese un instructivo para momentos incómodos, pero sé de cierto que de todos modos no lo usaríamos.  No existe un manual para resolver pequeños instantes (que pueden prolongarse por el día entero), cuando hemos repasado el menú de opciones que conocemos,  que ya hemos desmenuzado antes,   cuando volvemos al acuerdo que recientemente conquistamos y nos repetimos con certeza el haber hecho lo correcto de nuestra parte...   nos quedamos inmóviles frente al posible desencuentro y como en arena real,  la inmovilidad nos salvará... ¿o no?  

Entre dos,  la inmovilidad puede rescatarnos del peligro de irnos de boca al hablar de más.  Prefiero un silencio incómodo que una verborrea desafortunada.   Se genera en esos dos,  el temor a ser quien ceda o quien se rinda primero.  Es ridículo y totalmente infantil.   En estas arenas del terror,  la inmovilidad es lo que mata, llego a creer.  La actividad positiva puede rescatar a quien sea del peligro que siembra el silencio cobarde.  La razón puede estar o no de nuestro lado, y todas y cada una de nuestras palabras podrán volar libres y confiadas de encontrar éxito, si lo que genuinamente nos mueve es limpio y honesto.  Acercarse es lo que aplica para estos casos del fastidioso silencio en que "o te apuras a culpar al otro,  o sales corriendo porque estás a punto de ser culpado".   Ojalá podamos elegir no evadirnos en una actividad diversa y no hagamos como que nada ha pasado,  porque algo ha pasado y en conciencia hay que enmendar, remendar, corregir e intentar de nuevo.

Pocas veces me tocó ver que la víctima saliera sola de las arenas movedizas en aquellos programas de TV,  y esos raros casos me dejaron entonces y me regresan en este instante,  una sensación de triunfo con tintes de gloria, que pretendo buscar justo ahora,  en vez de querer encontrarle piso,  a ver si llego al fondo.  Daktariiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

viernes, 18 de julio de 2014

el cambio de tema

En años más jóvenes,  el tema entre amigos solía ser sobre el lugar de moda,  sobre la persona de moda, sobre la ropa o música de moda y pasábamos las charlas de modo liviano, risueño, preguntando ¿y qué te dijeron tus papás?,  ¿tú qué tomas?  ¿tú que música prefieres? ¿tú qué harás este fin de semana?  ¿tú qué materia debes? ¿tú, con qué te cuidas? ¿ hasta qué hora te quedaste en la fiesta?

Así el mundo giraba y nos fue llevando al cambio de folio y de la adolescencia y primera juventud,  llegamos a mediados de la segunda década para el primer gran cambio de tema,  en que los subtítulos de nuestras conversaciones comienzan a tener implicaciones de adultez y enfrentamos el universo de los grandes,  con actitudes aún rebeldes frente al cambio y las notas definitorias de lo que habría de marcar nuestra vida y que se muestra en las clásicas preguntas como ¿tu qué estudiaste? ¿cuándo te casas? ¿cuánto ganas?´¿con quién vives? ¿a dónde viajas este verano? ¿estás embarazada?

Para la treintena, el universo ha conspirado y estamos metidos en toda clase de complicaciones, laborales, familiares, probablemente aún resolviendo consecuencias de decisiones que tomamos 10 años antes, sin media conciencia y haciendo cuanto sea posible por reparar y enderezar para no confundir nuestro destino con lo que juramos que jamás íbamos a ser.  El tema de la vida se atora, se enreda y desenreda entre ¿me pasas los datos de tu nutriólogo?  ¿a qué colegio van tus hijos? ¿quién es tu abogado? ¿quién es tu terapeuta? ¿te volverías a casar? ¿cuanto te costó tu coche?

A cierta edad,  comenzamos a pasear por las preguntas indiscretas, o que tal vez me saben indiscretas porque es justo las que me tocan en este tiempo:   Nos adentramos en uno de los grandes cambios de tema, como es el tremendo regreso al nido vacío porque los pollos se están largando indiscriminadamente y quienes no tienen hijos, se ríen de nuestra incomprensible terquedad del apego familiar.  Con ansias deseamos volver a ser vistos, atractivos, interesantes,   volver a encender la llama vital de la energía que acerca posibilidades nuevas en el trabajo, en la pareja, o con personas nuevas.  Hombres y mujeres discuten con los de su mismo sexo, sobre dietas, píldoras de control de apetito, lociones anti-ojeras, bótox, marcas de todo cuanto uno necesita comprar...  cursos, idiomas, viajes,  todo cuanto implique logros.   Se han acentuado las manías y se ha dejado de lado la inocente espontaneidad.  Conversamos con hábil profundidad y con liviana cordialidad, temas grandes,  si gozamos la maravilla de una comunicación abierta con un digno interlocutor, pero resulta fácil  acartonarnos  frente a la vida en una rutina que se nos convierte en el sitio seguro donde elegimos estar.  Si un tema nos incomoda,  cambiamos sin mayor aviso y podemos ir de la política, a la noticia del día,  a discutir sobre preferencias en gastronomía y si se acalora la conversación porque se ha vuelto demasiado personal,  del chisme al chiste.  Evadimos a ratos lo que somos con tal de encajar,  como seguramente aprendimos a hacer por ahí de 2° de primaria y hoy día,   casi lastimosamente,  nos preguntamos ¿tú qué tomas para la presión? ¿ quién es tu cardiólogo? ¿ya tienes nietos? (ésta,  con cara de sorpresa y espanto),  ¿tú no te duermes en el cine? ¿cuántos años hace que trabajas ahí?  y así, llego a cuestionarme ahora ¿qué tema nos tocará atender mientras este ciclo crece?    Si somos afortunados, nos pasarán aún muchos temas por venir y con suerte,  ellos también nos harán sonreir,  gozar de verdad lo que hemos construido en nuestra propia persona. ¿cierto?  o mejor,  cambiando de tema,  ¿crees que llueva?

lunes, 7 de julio de 2014

Estos minutos de hoy

Hay días en que cuesta mucho funcionar.  El día se queda en la modorra de esos minutos en que uno se resiste a abrir los ojos y se aferra a la almohada en rebeldía inútil,  ya sabiendo que habrá de echar a andar la rutina como todos los otros días.  Los minutos de quedarse en cama pasan volando y hoy más que siempre,  sabe a demasiado pronto el amanecer.  Vertiginosos, igual, pasan los minutos de alistarse para salir y más aún los de llegar.  Entretenidos en ese pensamiento o sentimiento que nos apachurra el alma, la violencia vecinal del camino, no nos sabe a nada.  En cambio,  una vez frente al deber del trabajo,  los minutos del resto del día en la cotidiana responsabilidad,  se arrastran frente a nuestra incrédula mirada;  reptan burlones con su grave tono y su obesa dimensión.  Son minutos gigantes de una masa entre plastilina y engrudo.  Asquerosos.

Perdona lo gráfico de mis minutos de hoy.  Quería que pudieras verlos para tal vez alcanzar a compartir esta sensación pesada que puede haberte tocado a tí de vez en vez.  Hoy sigo aplastada por el tic tac (que ya no suena)  de mi reloj y el día se me ha hecho eterno.  No quería salir, ni abrir los ojos, ni ver a nadie, ni saber nada...   estoy triste.

Durante el día,  una cercana amiga supo de mí,  y entre juegos y respuestas a medias, dijimos que sería lindo quedarse en cama 6 meses, pero recordé a otra amiga, muy querida, que alguna época tuvo la voz para repetir algo así un número de veces, hasta que en un accidente de auto se fracturó la cadera y se tuvo que quedar meses en cama.  Toqué madera y retiré lo dicho.  No sería lindo quedarme en cama 6 meses... ni uno,  ni 6 días.  En mi tiempo normal, a veces no resisto ni 6 horas metida en la cama, de todo lo que me nace y me antoja hacer.  Solo que estando triste,  la energía y la capacidad del positivismo se me esconde y me deja en el desierto del desánimo.  Seco,  adusto,  gélido.  

Algo en lo que me he empeñado sistemáticamente y con todo el corazón, insiste en salir mal.  ¿Cuánto tiempo o cuántas repeticiones son suficientes para decidir soltar?  Si suelto,  ¿significa que me he rendido?

Con lo que me conozco,  vuelvo a preguntarme lo que me puede faltar para no estar triste.  Tengo salud,  tengo muy bien puestos los años de mi cierta edad,  tengo una familia que considero fantástica,  tengo alegría para verlos crecer, avanzar, llenarse y compartirse.  Tengo solidaridad, primero para ellos, pero también para muchos más.   Tengo un trabajo que paga mis cuentas y uno o dos gustitos modestos,  tengo el resto de mi vida para insistir en aprender lo que quiero,  en leer los millones de libros que me faltan,  tengo todo el abecedario para armarlo y desarmarlo y escribir poemas, canciones o estas necedades que a tí te da por leer (para mi enorme fortuna y lo digo con gratitud),  tengo cientos de recetas aun por estrenar en la cocina,  tengo fe,  tengo anhelos, viajes por hacer,  personas por conocer,  canciones por cantar, ríos por descender,  paredes que escalar.  Tengo pláticas enormes con seres elevados, familiares de sangre y familiares elegidos,  tengo ganas y tengo fuerzas para todo ello.  Tengo tiempo.  Tengo mi vida.

No me reprendas con un zape electrónico (aunque sé que lo merezco).  A decir verdad,  ahora que lo platico contigo, me siento mucho mejor.  A mis tres personas favoritas en el mundo, les he dicho repetidas veces, que hacer conciencia es como aprender a leer:  "una vez que ya sabes leer,  no puedes fingir y hacerte el loco con que -no entiendes lo que estás leyendo"...   Hago conciencia justo aquí.  Reubicando mis prioridades, en esta incesante escala de valores,  me encuentro conmigo en este día donde he sido disfuncional para mi propia persona,  por pura torpeza.  Mi empeño no ha sido inútil, aún cuando insista en salir mal.  Debo respetar la frontera de las voluntades y resumir mis fuerzas a donde las cosas dependen de mí.  Donde no,  debo saber soltar.

La buena voluntad es una certeza feliz que se regala en total libertad.  Creemos,  nos abrimos,  nos dedicamos.  Seremos recibidos en bien...  o no,   pero eso ya no depende de uno, sino del otro personaje en cada cuento.    Yo elijo poner mi buena voluntad para lo que creo, para lo que me toca.   Elijo creer.  

para los minutos que queden de hoy,   elijo creer en mí.  Hoy elijo darme a mí,  buena voluntad.