jueves, 29 de mayo de 2014

Nada nuevo bajo el sol

Por más que me empeño en lo contrario,  no dejo de escuchar malas noticias.  Tal vez porque así es la vida o nuestra sociedad, o a lo mejor somos una raza decadente desde los comienzos de la historia.  Hay bueno y malo en todos nosotros.  Tenemos grandes capacidades, hacemos ciencia, tecnología, obras de arte y lo usamos igual para el placer que para el disgusto.  Así somos desde la biología que nos construye.  Como animales, tenemos instintos de supervivencia que requieren probarse entre los individuos de la especie y pasan a ser competencia;  como leones bebés que juegan a morderse y que crecen hasta que uno de ellos resultó el más fuerte y se autonombró sin oponente,  líder de la manada.  No es asusnto exclusivo de varones.  Las hembras usan otros métodos, aunque no excluyen la fuerza física para probarse.  Es tan solo naturaleza, supongo.  En mi tiempo escolar, viví esa competencia en hombres y mujeres muy de cerca.  Siempre hubo quienes todo lo definían y eran el modelo a seguir para muchos que carecían de ese carácter dominante.  Eran con frecuencia los guapos, los pudientes que no carecían de medios para lo que sea que se les ocurriera.  Nosotros los demás teníamos subclases con otros intereses y capacidades e intermitentemente pasamos por la crítica y desaprobación de aquéllos.  Los ganadores regían sobre a quiénes se les podía hablar y a quiénes no.   Quién era correcto y quién no.  Los agresivos de la clase alfa se prometían puños para la hora de la salida del colegio y la mitad de la escuela construía el coliseo callejero a salvo de la autoridad, para demostrarse quién tenía la razón en la disputa en turno,  que al cabo su padre, que es muy hombre,  le enseñó a pelear y a reirse de la mediocre víctima, después de lastimarle,  con una lección que no olvidara. -  con o sin razón para un pleito a golpes, (eso no era lo importante).  Las reinitas del alfa femenino, hablaban en términos terribles, eran agresivamente descalificadoras y marcaban con un chisme y sus burlas, el destino del año escolar de algún otro compañero o compañera de clase -y muy frecuentemente, de género;    en ocasiones,  degradaron el autoestima del elegido en turno, y le dejaron maltrecho y desonrado, con lo que de hubo de aguantar para el resto de la vida escolar (si no es que del futuro completo).  Nuestros padres (nada amorosamente) nos advertían: "el pez grande se come al chico",  "si te pegan,  ¡pegas!" es la "ley de la selva"  y aunque no tuviéramos la madurez para entender razones (que tampoco nos daban), pasamos por todas las pruebas del más básico instinto animal,  entre chicos, medianos, adolescentes y jóvenes adultos, cada vez tratando de mantener la nariz arriba y que la honra no quedara aniquilada.

Por fortuna,  hay muchas otras especies en el mar.  Posiblemente como tú,  cuando pez,  yo fue siempre chico,  hasta que conseguí mimetizar en estrella marina, caballo, ostra y otra variedad de enconchados que no mostraran proteínas a los depredadores.

El dolor de eventos que en estos años y  a cierta edad,  podrían llamarse ridículos por poco importantes,  acaban por marcar la vida de quien los vive joven.   Sí hubo a quien  yo conocí,  que se vio en la necesidad de cambiarse de escuela para no continuar siendo el blanco de la crueldad de su medio social;   hubo quien perdió uno o dos años en secundaria, para mantenerse "a salvo" de la mafia escolar, allá metido en su casa,  consiguiendo por ese pánico, además, el desagrado de sus padres y hermanos mayores.  Tengo desenlaces desastrosos para estas historias, que prefiero no contarte ahora.  A la vuelta,  sé, como sé que sabes,  que somos una especie tremendamente cruel.   Cruel podría llamarse a la mamá pájara que lanza fuera del nido a un polluelo que nació con la pata chueca o con un ala pequeña.  No le dedica alimento, pues su instinto dicta que no crecerá bien, y sencillamente lo lanza a morir, quedando ella libre para invertir su esfuerzo en los pollos que gritan con salud completa por comida.  Nosotros hacemos cosas peores.  Usamos la inteligencia asombrosa que nos distingue,  para aprender sobre las vulnerabilidades de los demás,  y de cómo mantener disfrazada nuestra propia fragilidad,  de modo que podamos pegar sin que nos peguen,  o recibir los menos golpes posibles.  Aún a cierta edad, no hemos perdido la rapidez de reaccionar frente a la sensación de peligro y saltamos con nuestro mejor "golpe"  que desarme al contrincante en cuestión y lo deje ver tan mal, que no se anime ni a responder.  Somos animales bajos, que sacamos del nido al distinto, al de otro color, al del defecto visible, al de la dificultad motriz o psíquica, al que envidiamos, al que piensa diferente a nosotros, al que siente distinto, al que necesita algo que no comprendemos, al que no tiene urgencia por pelear,  al que se somete,  con muchas más ganas al que no se deja someter...   y a todos aquellos que la sociedad diga que no son bien vistos.  Lo echamos con inhumanidad en un acto bárbaro y salvaje, de nuestro grupo, de nuestro visor, de nuestro interés.

Todos nosotros hemos pasado por abuso;  hemos sido alternativamente, los peces grandes o los peces chicos. Claro que en nuestro tiempo de escolapios, nadie tenía una cámara fotográfica que le enviara una foto instantánea a toda la legión de inmaduros contemporáneos y el asunto tenía una reserva ínfima de espectadores.  La actividad señaladora y acusadora era constante, tal como es ahora y aprendimos bien la tarea de nuestros padres,  ¿quién critica a quién? ¿quién tiene siempre la razón?,  ¿cuál de los dos se somete? si no entre ellos,  ¿es un hermano de alguno de ellos? ¿alguno de las o los abuelos?   lo hemos visto toda la vida,  hace años lo sufrimos igual que todas las juventudes de la historia y aun cuando era en comités menudos y escasos en audiencia, igual resultaban insufriblemente crueles.  Se nos queda para siempre la huella y la verdad,  (aquí entre nos),  aún lo practicamos cualquier día, o todos los días. Podemos parecer estrella de cine y andar por el mundo con una seguridad avasalladora...  pero la verdad es que los grandes,  siguen siendo agresivos, mandones, resentidos, envidiosos,  dictadores, violentan situaciones y se llenan de adjetivos criticando como si fueran dueños de la verdad,  porque ahora tienen un poder reconocido seguramente y un título que los afirma;    y los chicos, siguen siendo fáciles de amedrentar, inseguros, tibios,  temerosos,  cobardes,  pusilánimes, carentes y con o sin título,  parecen hechos de algo que no es notable ni importante.  Lo practicamos con nuestros iguales,  con gente menor, mayor, del trabajo, de la calle, de la escuela, de todos los estratos socio-culturales,  incluso con nuestra gente más cercana, en familia y en casa.   

Por miedo a ser descubiertos en nuestros laditos flacos y sensibles, mejor nos portamos como panteras y llevamos al extremo el instinto de competencia para dejar la inteligencia lejos de la razón y llenos de certeza volvernos únicamente animales. 

Con este ejemplo como constante,  no es de extrañarse que lo que ha habido siempre y ahora llaman bullying,  siga sucediendo y cicatrizando personas aún en desarrollo,  que hoy día le temen más a los medios y redes sociales,  que a la autoridad escolar, familiar o gubernamental.   Prefiero ser plancton.

lunes, 26 de mayo de 2014

Cocina el día

Ha llegado la hora de comer y de nuevo la curiosidad y esta innegable soberbia gustativa me detiene a definir de cada bocado los ingredientes que lo forman.  Cerdo o res,  estragón o albahaca, tomate, laurel...  cuando encuentro plena satisfacción de haber descubierto los elementos que componen mi platillo, soy feliz.  Puedo reproducirlo con mis medios y me invade la altivez de poder hacerlo incluso mejor.  Descubro con gusto los amargos, los ácidos, los dulces, las notas picantes y el breve amargo que hay en tantos alimentos cotidianos.  Como puedes darte cuenta,  me gusta mucho cocinar.  Todos tenemos algo en lo que creemos ser inigualables.  A cierta edad, hemos pasado por repeticiones incontables de eventos, sabores, lugares, hechos y situaciones, de manera que ya nos conocemos bastante bien.  Elegimos nuestra gran capacidad para (...) y la portamos con orgullo,  la cultivamos con esmero y llegamos a depender de ella para mejorarnos el día a día y ser más felices.  Seguro ya encontraste con esta charla, tu propia máxima cualidad.  Esa para la que tú eres mejor que nadie que conozcas.   Tengo la certeza de que usas esa cualidad para que la vida salga mejor,  tal  como hago yo.  Tomó tiempo, claro,  pruebas y errores para llegar al mejor nivel hasta este momento  y seguimos aprendiendo.   Sin duda hay millones de personas, mujeres y hombres que cocinan mejor que yo,  alimentos que desconozco, técnicas que ni imagino, etc.,   pero esto de preparar alimentos es una de mis cosas favoritas.  He tenido la fortuna de conocer el gusto exacto de mi gente y puedo mimar tanto a cada uno,  que las horas que pase trabajándolo nunca son pesadas.  Me resulta un placer cada paso, desde la compra de ingredientes, hasta la sobremesa, cuando todos quedaron satisfechos y sonríen.  Los platillos que miman se vuelven memorables y llegan a leyenda. 

Igual que con los alimentos,  a veces siento en mí una necesidad de observar,  que encuentro cerca de la patología.  Incursiono en el análisis y cuestionamiento de todo lo que me rodea, o mejor dicho, de todos los que me rodean;  entro en una especie de trance y comienzo el desglose de los eventos pieza por pieza,  trozo a trozo hasta llegar a los elementos raíz para "separarlos"  y pueda entonces meterlos en un frasquito imaginario y almacenarlo en mi alacena de elementos emocionales,  tal y como especias hay en mi cocina:  etiquetados, bien definidos y almacenados en mi memoria siempre listos para identificarse con lo que sea que quiero cocinar,  ó lo que sea que cocina mi mente. Habemos seres de todos los sabores.

Somos una especie muy básica y vivimos atorados en una sociedad demasiado hostil para permitirnos ser dulces fuera de la familia o los pocos amigos que se volvieron familia.  Es muy frecuente encontrar, en lugar de esos dulces,  los amargos que dan el trabajo,  la calle, la competencia, la rutina, las relaciones forzadas que trae la vida cotidiana en el mundo de allá afuera.  Hoy, por ejemplo,  una brillante y triunfadora consultora de mi oficina, soltera y también de cierta edad, pasó una mañana difícil.  Como no es su costumbre, su voz se escuchaba en discusiones severas y las pocas veces que se dejó ver entre los demás, su rostro grave, gris, ácido y seco me pareció todo lo triste que se puede estar.    Para fortuna mía y porque me agrada casi siempre su forma de ser,  nos tocó la misma mesa a la hora de comer.  Callada y mirando su plato de sopa de entrega a domicilio,  no compartió como otros días, amabilidad o risa y se dedicó a vaciar el plato y llenar su boca.   Antes de que llegara al plato fuerte, adelanté a servirle una porción de lo que yo preparé para mi comida del día.  le serví sin preguntar y lo acercó sin duda.  Después del primer bocado,  su rostro amargo cambió.  Me miró con una sorpresa que me pareció casi infantil y al segundo trozo, se le llenó la cara con una radiante sonrisa con la boca cerrada que le suavizó la expresión como si fuera toda ella una gomita de azúcar de color rosa (no hay nada más cursi y dulce para ejemplificar).  Después de un sorbo a la lata de refresco, alargó una mano para alcanzar la mía y dijo que no había probado esa receta desde que su abuela dejó de cocinar,  un año antes de morir,  y me regaló un "gracias"  que me guardo con su dulzura en la alegría y en  esta sonrisa con que te cuento ahora.  Su ánimo y tarde fueron de buenos resultados.

Es un tema conocido el de que la comida nos llega al alma.  Comer es una necesidad vital y la cubrimos con lo que sea,  sumidos en la vorágine de nuestra rutina de prisas y presiones.  La comida es calor de hogar.  Es amor y alegría, puros y en especie,  si nos detenemos un momento a darnos gusto en uno de los escasos placeres completamente libres que tiene el ser humano.  Con una dedicación personalizada, para la vida, se cocinan sonrisas y memorias.  Buen provecho!

jueves, 22 de mayo de 2014

Sólo palabras

Sonrío otra vez porque recuerdo cosas que se dicen en un divertido grupo de la red, al que accedemos personas de cierta edad, a escuchar música de "nuestros tiempos"   (no puedo evitar pensarme diciendo -nuestros tiempos-  con la voz descompuesta de años, metiendo los labios como si no tuviera dientes, encogiendo los hombros y jorobando mi espalda)...  no estamos viejos,  somos,  salvo excepciones, adultos de cierta edad, vibrantes, interesantes, inteligentes y (obviamente)  con autoestima elevada.   Bien,  te contaba de la risa que por cosas que se han dicho en ese grupo y que por ningún motivo y por puras ganas de pasarlo bien,  se alimentan unos a otros una comunicación sobre toda suerte de temas,  siempre con levedad,  en tono agradable,  sencillo y suave.  Raro es el que trae una carga de comunicación que se muestre demandante, molesta, estresada o malhumorada;  esos son los menos y siempre más evidentes, cuando están.   Yo elijo callarme cuando no estoy de buenas e imagino que así hacen otros, o incluso la mayoría.  Hay días en que resulta imposible entrar al grupo a conversar, por los deberes de trabajo, familia y otras ocupaciones,   todos faltamos ocasional e intermitentemente,  y siempre hay quien nos salude con calidez a la llegada.    Hoy fueron especialmente divertidos.   Este grupo pronto pasará de nivel y se convertirán en personas reales.  Nos vamos a conocer personalmente.

Nosotros los de cierta edad debemos estar agradecidos por ser una de las generaciones que gozamos del mundo tecnológico con normalidad,  como muy nuestro,  cosa que no sucede para gente que pasó a la tercera edad (por no decir años),  ya que ellos parece que no tienen ganas de aprender, no les hace falta, no tienen deseos de revolucionar sus dependencias en la tecnología, que sigue simplificada en una buena cafetera, un buen reproductor de cd´s y una televisión decente,  -los muy complicados, tienen una computadora, con la que pelean hasta el "reset"  al menos una vez cada tres meses...-  mientras nosotros nos compramos un servicio de telefonía celular que tenga alcances de accesibilidad a todas horas, mande y reciba datos diestra y siniestra y estamos emboletados en cualquier cantidad de asuntos virtuales por la red, actualizamos computadora de escritorio, portátil, adquirimos tabletas,  aplicaciones, etc.,  con genuinas ganas de pertenecer al mundo de hoy.  Obviamente no tenemos nada que hacer junto a los chicos, los adolescentes y jóvenes que no solo entienden todos los programas,   los manejan con maestría y nos pueden explicar todo en un lenguaje casi recién inventado.  (Son odiosos).  De todos modos, nosotros estamos dentro del mundo cibernético, así que (sacándoles la lengua a los escuincles),  disfruto con contemporáneos de las redes sociales. 

El mundo virtual está lleno de falsedades.  Mejor nos movemos cautos,  casi todos,   con diplomacia y cortesía superficial en el inicio y luego salen las verdaderas personalidades, la mordacidad, la intensidad y animosidad de cada uno,  (si podemos leer entre líneas).  Adquirimos de la red imágenes divertidas, lindas, cursis,  informativas, denunciantes,  solidarias, políticas, inspiradoras,  con cualquier tema o sin tema alguno y solo por saludar,  para acercarnos un poco.  Hacemos amigos.  Con una facilidad que no tenemos en el mundo real,  nos desenvolvemos populares y mostramos la mejor cara posible (con o sin fotoshop).   En el inicio de conocer a alguien, casi hay que ser medium para percibir lo más cercano a la realidad de la persona con quien hablamos y después de un tiempo, todos nos vamos mostrando como realmente somos.  La gente positiva, como es,  la gente negativa igual.  Los divertidos resultan inteligentes, los cálidos casi siempre son gente de profundos valores familiares, los inspiradores casi siempre son herméticos...  (los que hablamos y hablamos en la vida real,  escribimos en el mundo virtual)   las incongruencias de la vida no excluyen las redes sociales.  Si eres alegre, el mundo real lo percibe y la red también pero  si eres depresivo,  el mundo virtual puede ocultarlo.  (Si eres grosero o ególatra,  nadie en ambos mundos se libra)    Alguna vez se me ha convertido en confidente virtual y para mi fortuna, conocí personalmente a ese amigo, con lo que las cosas tomaron un sentido claro para mí, que tengo problemas para lo intangible del mundo en estos medios.  Al final,  son sólo palabras.    Las amistades tendrán que estar en el mundo real, para mi gusto,  para acabar llamándose amistades de verdad.   Somos seres sociales  y no podemos ni queremos evitar crecer nuestros enlaces con otros seres humanos.   Estrechar una mano de alguien con quien cotidianamente compartes, pienso que en todos los casos será una alegría.   Mientras el universo virtual y sus infinitas posibilidades siga creciendo,  se me ocurre que con suerte,  lo que pensabas que definía a una persona con quien compartiste risas, comentarios y hasta confidencias,  resulte auténtico...   ¡Qué sorpresa!

martes, 20 de mayo de 2014

Héroes y villanos

Reniego de este periódico de nuevo.  Ya no tengo ganas de leer noticias.  Me sorprende cada vez la llamada "ola de violencia" que azota nuestro país,  nuestra sociedad,  nuestro mundo.  Aunque no tenemos una guerra declarada contra otra nación,  tenemos un número de guerras internas sucediendo día a día entre nosotros:  la guerra de monopolios, de partidos, de asociaciones civiles,  la policía contra los malos, los de las drogas, los que secuestran, los que roban, los que matan, guerra contra la autoridad, contra algún compañero de trabajo, contra uno o más familiares...  terribles todas. El mundo está lleno de villanos y héroes.   Me pregunto, cada vez, como si no tuviera cierta edad y fuese muchísimo más joven,  ¿de dónde salen tantos conflictos?  ¿te lo preguntas tú?  Luego doy vuelta a un par de páginas y me encuentro la cartelera de cine que sigue haciendo esta oda permanente a las grandes guerras (o como prefieren llamarlas, las grandes historias),  (como si no hubiera suficiente carga de violencia y drama en la vida real...) pero en cada una de esas películas,  el guión se va al detalle de unos cuantos.  Si la narrativa nos atrapa, nos identificamos  con uno o varios de los personajes (si la estrella que lo encarna tiene hermosura, claro) y la gran historia del evento pasa a segundo término.  Es el detalle humano lo que se nos queda en la memoria.  Algunos elevados guiones llegan a ser capaces de mostrar los sentimientos que pasaba el protagonista que debía decidir si dar la orden o no,   si apretar el botón, o no,   tal como algunas noticias actuales nos conmueven por la historia particular de alguien afectado en modo sensible. A la vuelta,  son los individuos lo que vemos,  su sentir, lo que recordamos.  Individuos. Personas únicas que vienen de un padre y una madre,  que posiblemente tienen pareja,  hijos,  hermanos,  sin duda tienen vecinos, empleados, compañeros, subalternos o superiores,  que tienen su propia historia...  comunes mortales como tú y como yo.  Posiblemente también de cierta edad.  Cierro el diario y lo tiro a la basura.  O invado el cesto con basura, mejor dicho.

Si me detengo a pensarlo, como seguro te pasa a tí,  hay que ir desgranando la problemática social preguntándonos quién, por qué, para qué, desde cuándo, etc., y nos reducimos más y más el universo responsable, hasta llegar a individuos;  si las guerras mundiales acabaron siendo definidas por unos cuantos que movieron a los demás,  ¿en qué estaban pensando los demás?...  y esos individuos que decidían por todos,  usando el liderazgo en un extremo tremendo,  ¿habrán dormido mal la noche anterior?  ¿su hijo adolescente le está dando preocupaciones más allá de lo que tenía planeado enfrentar?  ¿alguien le habrá maltratado en la niñez?  ¿su madre murió recientemente?  Se me ocurren otras cien preguntas del estilo que pueden ir de lo más complejo a lo más básico y prefiero quedarme con esto último e imaginarle en su casa, en un día grande, grave, delicado,  en que iba -por ejemplo- a tener decisiones que tomar...   se sienta a la mesa, está abriendo la caja de cereal para el desayuno, sirviéndose un plato hondo de leche y al primer sorbo encuentra la leche agria:  un mal día.  Azota la cuchara contra el plato, escupe el bocado con una mueca de enorme desagrado y se va al día sin desayunar.  ¿Cuántas veces permitimos que un mal instante se convierta en un mal día?  ¿Cuántas veces un mal día va hilándose con el siguiente y nos hacemos de toda una temporada de malas?  Así,  este ser que imagino llega agrio como la leche  a donde vaya y si no lo razona, tal vez amargue el día entero para todos alrededor de sí.  Lleva su propia guerra e invade con metralla lo que sea que diga y haga.  

Yo pienso para mí -pero te platico,  todos llevamos dualidad de bien y mal,  de virtudes y defectos, así que humanamente me planteo  ¿qué tal si en lugar de armar una guerra (otra vez) me convierto en el héroe de la película?  -porque yo soy protagonista de esta, mi historia-, y quedarme en la memoria de la gente cercana o cotidiana, como un individuo positivo y no como uno guerroso?  Cambiaría seguramente mi entorno y -si soy un buen actor- podría incluso inspirar a otros a probar la vida heróica y conseguir una pequeña célula que contagie a las células vecinas y quizás...   

...  de acuerdo, me declaro optimista.  Por hoy me quedo mi pregunta,  para el momento de arrancar la grabación de mi día:  luces,  cámara...   (¿villano o héroe?)

martes, 13 de mayo de 2014

Permanecer

Esta mañana,  igual que muchas otras en mi camino al trabajo,   vi a una pareja cruzar la calle,  como cada vez que me toca verlos,  iban tomados de la mano,  con los dedos entrelazados,  él atento al tránsito de la calle,  con paz en la mirada,  ella hablando en voz inaudible, ambos con una suave sonrisa mientras andaban sin prisa alguna entre personas y autos;  los seguí con la vista y no pude evitar, otra vez,  pensar en ese estado que irradia felicidad y plenitud y que comunican al mundo entero a su paso.  En el trayecto pasan muchas otras parejas,  pero llevan otro tono, otro tiempo, otro rostro.  Son ellos dos de quienes te cuento,  mi visión citadina favorita de las mañanas y celebro cuando los encuentro porque me hacen  reflexionar sobre asuntos que me son importantes. 

En nuestra naturaleza social e instinto de conservación, el ser humano busca emparejarse desde temprana edad, a partir de la mismísima biología y –con suerte,  hasta el fantástico enlace intelectual.  Por infortunio,  casi todas las parejas que conozco terminaron rompiendo,   mucho antes de que yo pudiera decir que realmente lo intentaron.  Las parejas hoy día sufren de una fragilidad de cristal especialmente en la generación de los que  ya tenemos “cierta edad” por algún fenómeno socio-cultural, supongo,   en que la resistencia, tolerancia y vocación de permanecer, nos pasó de noche.  Sencillamente no resistimos y después de elegir mal, resolvemos peor.  Sin embargo, en nuestra mente vive la idea de una sola pareja que dure para toda la vida.   Deseamos (todos,  no quieras engañarme…)  formar una pareja que se quede, en la salud o la enfermedad,  en tiempos de bonanza y de vacas flacas,  que pase con nosotros cada prueba que la vida trae y que nos defienda, nos atesore, nos cuide y nos quiera conservar.   Alguien que se quede hasta la última cucharada de sopa de la vida.    Ese estado mental y templado en donde las parejas se mantienen unidas,  lo ubico con muchísima mayor frecuencia en gente que hoy pasa de 70,  y en los que apenas rodean los 30.  Nosotros trajimos algún ingrediente extra… o algo nos faltó.

Estamos llenos de frases “inteligentes”  con qué  justificar la fabulosa soltería a cierta edad y andamos por el mundo, ya sea profiriendo argumentos de éxito económico y profesional como meta vital,  o  murmurando amargamente lo terrible que fue la relación anterior,  o queriendo conocer gente nueva;   mientras tanto,  si no estamos encerrados en una mazmorra emocional,   amigos y amigas, compañeros de trabajo e incluso familiares,  se aprestan  a presentarnos postulantes.  Mientras las frases de razonamiento nos conservan “felizmente solteros”,  la animosidad íntima de nuestro ser, añora una pareja y llegamos a buscar con acciones desesperadas (entiéndase impaciente hasta lo ridículo), por la sola posibilidad de conseguirle.  No busques,  va a llegar.  Lo sé de cierto.  Cuando llegue vas a darte cuenta.  Enamorarse cada día, la nutrida comunicación, las risas, la intimidad física y emocional, la vocación de permanecer, en ambos van a darse con una naturalidad desconocida para los que arrebatan hechos a la vida, sin capacidad de esperar.   

No sé si la pareja de quienes te contaba,  se hayan conocido jóvenes,  al inicio de la vida, o tal vez después de algún fracaso  o a cierta edad, pero sé que son felices.  Si tuviera que calcular,  diría tienen unos setenta y tantos cada uno.  Ropas sencillas,  hondas arrugas en rostros agradables y armonizados entre sí y un aura de placidez de lo más antojable.  Lo que sea que traje de menos o de más en la construcción de mi persona, si la teoría del asunto generacional fuese cierta o no,  voy a enmendarlo para no perder la increíble oportunidad de vivir  los años viejos, feliz y paseando rutinariamente una calle, de la mano de mi amor. 

domingo, 11 de mayo de 2014

Si no supieras qué edad tienes...

Mi cuerpo tiene quejas que no puedo seguir ignorando; me reclama diversión, descanso y alegrías que muy poco le dedico.  Tengo toda clase de excusas:   el trabajo, los tiempos de traslado, los deberes de casa, familia, el escaso tiempo que queda para mí no alcanza para todo lo que quisiera o tal vez, debería dedicar al físico y con ello, ya sé, no tienes qué recordármelo, también a la mente y el espíritu.  Me sucede con alguna frecuencia, que me siento en plenitud, con energía, hasta que me encuentro con mi reflejo en un cristal y me cuesta reconocerme.  ¿te ha pasado como a mí?  Mi cuerpo se siente en días como en mis veintitantos pero el reflejo recuerda "cierta edad"  en que mi postura ya no es tan erguida como solía, mi rostro tiene una expresión más cansada que la que mi mente registra, mi estampa desacuerda con mi idea de mí.  Como si fuese por un regaño de mi madre, enderezo la espalda, abro los hombros, saco el pecho, meto la panza, o lo que se deja meter de este muestrario de mazapanes que tengo donde debería haber una cintura...  mejoro con un esbozo de sonrisa la expresión de mi cara,  que no importa cuán arrugada esté,  siempre es preferible una sonrisa que un ceño fruncido por enojo o gravedad.  Acompaño mi cuerpo con un razonamiento de juventud mental que me regresa a la vitalidad de otros años y evalúo la verdad de mi energía y poder físico en cuanto tengo oportunidad.  Me gusta jugar en el tiempo físico contra el tiempo mental y preguntar, si no supieras qué edad tienes,  ¿qué edad creerías que tienes?  

 Yo sigo en los veintitantos la mayor parte de mis días,  pero algunos otros, he de confesar,  contaría unos setenta;   resulta curioso cómo encuentro edades distintas de la contabilizada por cumpleaños, en muchas personas.  Conozco infantes que rodean los veinte,  adolescentes que van para la sexta década,  ancianas atrapadas en el cuerpo de jovencitas, personas maduras y sabias como el demonio,  que no han llegado a treinta...  Todas las edades modificadas por la única tónica vital verdadera:  la actitud.  No voy a entrar en la crítica del "segundo aire" que provoca en algunos entrados en años, que desesperadamente se disfrazan de jovencitos con modas, actividades o acciones rebeldes que más bien me parecen rayar en lo ridículo y denotan profunda tristeza.  (Tal vez sí entré un poco en esa crítica,  pero olvídalo por favor, no es el tema).
   
Es la actitud la que nos convierte en esto que somos.  A cierta edad,  abrigamos el sueño de todos nuestros años, con una visión más realista y con muchas más posibilidades de encontrar genuinas respuestas a lo que siempre nos hemos cuestionado.  Pensando mucho,  charlando con personas que encuentro profundamente valiosas, entre lágrimas a veces,  risas, bromas, confesiones y hasta algunos (escasos)  momentos de real lucidez,   logro darme cuenta de que la actitud requiere conciencia para poder vivirse plenamente;  conciencia de quién somos,  qué queremos,  qué podemos,  para qué tenemos talento,  qué se nos dificulta en verdad y dónde es que podemos mejorarnos.  La conciencia es lo que nos separa del mundo animal, se ha dicho,  (aunque podamos ser libremente animales para ciertas actividades,  como comer, dormir y otros verbos menos confesables)  (no pienses mal),  (de acuerdo, voy a fingir que yo no pensé mal tampoco).   Adquiero conciencia sobre mi persona y trabajo duro para que ésta no involucre lo que yo quisiera modificar en alguien más.  Soy sólo lo que guarda mi piel y mi labor está en lo que puedo y debo en mí.  La conciencia es como aprender a leer:  una vez que entiendes lo que dice una palabra escrita,  no puedes fingir que no sabes qué leíste.  (se vale el uso del diccionario).  Muy recientemente, me he llevado al alma y a mi museo mental de imágenes invaluables,  verdades maravillosas y lecciones para la vida, de personas que tienen una edad física que no tiene nada que ver con su edad mental, emocional y actitudinal.  Aprendo.  Olvido y acierta mi edad mental que tiene este apetito por seguir pensando, conversando y haciendo conciencia sobre todo lo que no estaba tan bien en mí, como yo creía en otros tiempos,  mejoro mi versión de personalidad, de manera responsable,  con ganas y entusiasmo,  con honestidad, para vivir mis veintitantos mentales en alegría, mientras la edad de mi cuerpo tiene tantos bríos y tanto que sembrar para vivir feliz.