jueves, 19 de junio de 2014

Mi fragilidad tuya

Hemos crecido y adelantado años en conocimiento y experiencia, para andar por el mundo bien seguros, plantados, enteros;  confrontamos la realidad con una sabiduría que en tiempos más jovenzuelos no se nos habría ocurrido jamás.  Erguimos la espalda, respiramos hondo y tomamos decisiones con soltura,  porque las vivencias así nos lo permiten.  El asunto de resolver lo que la vida trae, está ya grabado en nosotros,  que tenemos cierta edad,  con firmeza y confianza.  Casi siempre.  O eso nos gusta creer.  Cuando me lo pregunto,  (porque el engranaje mental no me suelta),   me gusta pensar que hay certeza y asertividad en lo que voy eligiendo como solución a los pequeños, medianos y grandes retos y eso exactamente es lo que encuentro fascinante en la gente que admiro y que no dejo de observar por esa admiración.  Respeto profundamente a esas personas que deciden, eligen, disciernen con serenidad entre sus opciones y esgrimen la elección como si tuvieran un guión perfecto entre las manos, para que los resultados sean favorables. 

Y luego,  claro,  llegan las pequeñas y absurdas "pruebas"  con que la vida nos sorprende y asalta un día pleno y feliz,  para aturdirnos, desnivelarnos y hacernos titubear:  hoy -otra vez-  me enfrento a mis miserables dudas, por un evento minúsculo que debía ni siquiera llamar mi atención.   Hoy olvidé que no traje auto y había ofrecido llevar a dos personas a un destino cercano.  Tres bajo la lluvia esperando poder resolver.  Tomaron taxi.  A mí me tocó esperar a que vinieran por mí.  Pasé la frustrante pena de admitir el olvido y sin importar que a ellas no les afectara tomar un auto de sitio, mientras esperaba, a mí  se me quedó la sensación de impotencia.   Me observo.  Me entero -otra vez-  que tengo obsesión por el control y que el triunfo de "decidir correctamente"  en mi caso es un síntoma de autonomía e independencia que ya debería haber extraviado,  porque así es como la vida se me ha replanteado.  He resistido ese cambio,  por un mecanismo automático y de autoconservación que me llevó  a sobrevivir y a sacar adelante montones de responsabilidades,  con éxito incluso.  Estoy sobre la costumbre de "probar"  que yo puedo.  Yo me encargo.  Yo resuelvo.  Yo sí.  Yo-yo...   qué vergüenza.   Cuando una de estas bromas mundanas de destino me dejan inmóvil y sin saber qué hacer,  y sobre todo,  dependiendo de alguien,  regreso a la sensación de los cinco o seis años de edad, cuando por dos segundos no encuentras a tu mamá en el mercado.  Desolación y miedo.  A cierta edad, claro que no podía sentarme a llorar en la banqueta durante la helada y horrible espera,  como mi instinto solicitaba. No era ni propio, ni elegante.  ¿te ha sucedido?  Seguro no,   Seguramente tus certezas no te permiten orillarte a estas fronteras infantiles de absoluta fragilidad inconfesable.  ¿verdad?

Sea la pareja,  un familiar (uno de los favoritos),  una amistad de esas que se hermanan para toda la vida, es decir alguien realmente cercano...    teniendo a quién contarle estas burradas, parecería sencillo enfrentarlas, compartir y hacerlas menos casi instantáneamente porque el asunto se parte en dos,  se reparte y se hace más liviano.  Podría ser lo obvio, pero mira bien...  no necesariamente es así.

Con tanto por hacer y con tantos años de repetición en que la ayuda era algo impensable,  en el tiempo de ser la única persona adulta que decidía,  sí aplicaba aquella voluntariosa definición de unicidad,  pero en este tiempo  en que ya hay alguien más,  tiempo maravilloso de tener compañero de vida,  y que -por fin-  alguien diga "no te preocupes,  yo me encargo",  sencillamente estalla en mi cara como cubetada de agua helada.  Mi fragilidad jamás ha sido tan evidente.  Hoy que se reparte, parece hacerse más grande y por primera vez me encara con un gesto desafiante:  ríndete.  Acostúmbrate.  Cede.  Concede.   Adiós control ¿cierto?  (rayos!  con todo el trabajo que me costó!!)  Para esa estupenda persona cercana a mí,  puedo elegir y decidir con una rapidez que le infunde calma y hago lo que sea necesario para que se sienta mejor y con tranquilidad.   Pero recibir eso,  cuesta más que trabajo para alguien con armadura mental, como yo.   Soltarme a ser frágil me resulta una tarea tremenda y confesarlo es casi tan difícil como darme cuenta de que así soy.    Aparentemente la cierta edad, acierta en esto de analizar y llegar a la profunda verdad que nos conmueve y nos limita,  para poder erguir la espalda, respirar hondo y sonreir al momento de la fantástica elección de dejarse ayudar.   A veces,  lo sabio, adulto, responsable y sensato es, simplemente,  no ser yo quien decida.

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