jueves, 17 de enero de 2019

Haciendo cuentas...

Largo y duro tiempo para volver aquí,  contigo,  a esta charla entre iguales.  Celebro el reencuentro y agradezco tus ojos lectores y nada convencionales.   

Espero que no tengas una lista de propósitos para el año que comienza y que no tengas vigilantes sobre el cumplimiento de nada.  Deseo de todo corazón que estés haciendo exactamente lo que amas y lo que te haga ruidosamente feliz porque - estoy segura - de eso se trata la vida.

Tal y como odiábamos el cuchicheo de los "mayores"  cuando siendo muchachos, nos miraban de reojo y se preguntaban "¿cuándo sentará cabeza?"   "¿ya hueles a suegro?",  "¿y ésta te hará abuelo joven?",  "y la boda, ¿para cuándo?"  como sentenciándonos al deber social de aquel entonces,  así mismo sigue el libreto mandatorio que llevan impresas las personas en el ADN,  presionando a cada paso para que hagamos lo que "está bien" o lo que ·"es de esperarse".  

Las que aplican hoy, saben infinitamente más amargas:  "¿qué seguro tienes?"  "¿ya te jubilaste?" "tu casa...   sí es tuya,  ¿verdad?"  "cásate de nuevo...   no querrás quedarte sola al final" ¿"cómo está tu ahorro para los días viejos?"  "¿a dónde quieres acabar?" (y ésta última no hablando de final feliz).

A cierta edad,  ya irreversiblemente estacionada en la que llamo "la edad del cinismo",  parece que me dedico -sin proponérmelo, a llevarle la contra a todos aquellos preceptos y paradigmas.   No es siempre fácil,  verás,   la programación social que históricamente nos ha traído hasta aquí,  es como una savia de mala hierba que casi nunca termina de despegarse del cuero...  y cuando te tallas y raspas para sacártela,  sale junto con ella tu propia piel y sangre.  Tratar de salir del esquema socialmente aceptado y "políticamente correcto"  es una tarea titánica y solitaria.  Duele.  Cuesta.  Cansa.   Pero una vez que de verdad comienzas,   ya no puedes detenerte.

Saltándome la necesidad biológica impresa en mi propia información molecular,  desistí de perseguir el matrimonio como meta ulterior y prueba de valía.  En contra de todas las "buenas costumbres" un buen día aprendí a hablar.  Otro día aprendí a decir que no.  Otro venturoso día aprendí a no temer y a no competir con las otras mujeres y en lugar de ello, aprendo cómo hacerlas fuertes, porque ellas me hacen fuerte a mí. Aprendo algo todos los días y...   lo doloroso de aprender a golpes - emocionales, psicológicos, simbólicos y literales,  no sé si llegue a acabarse alguna vez,  porque hay golpes en mi historia,  como muy probablemente en la tuya.       ¿Te sucede como a mí?   en estos años pienso que los golpes duelen menos porque nos hemos endurecido aquí o allá,  frente a esto o aquello...  o es, tal vez que ¿les damos menor importancia?

Podría contarte cien anécdotas que prueban "lo equivocada" que vivo, en términos de la costumbre social;  me lo han dicho los cercanos,  los de sangre,  los convencionales, las leyes, los superiores, los conocidos y los ejemplos de muchos de allá afuera.   Me lo han dicho los amantes, amores, pretendientes, los pretendidos, los enemigos.  Lo he escuchado tanto que por años me odié a mí misma por ser la que soy.  

El que yo solía llamar "amor de mi vida" dedicó su tiempo a llenarme de instrucciones y ultimátums de lo que no es correcto que yo diga, sienta, ame, necesite, piense ni quiera.  Obviamente ahora le dedica su tiempo a alguien más porque yo salí corriendo de su romántico "amor incondicional".

Hoy día no lamento ir en contra de todos los parabienes que promete una vida "sensata,  emparejada, a salvo económicamente bajo el ala de un marido con recursos".  No, no.    Hoy me amo, como siempre quise ser amada.  Dedico mis capacidades de anfitriona únicamente para mis personas favoritas.  Bebo café en hondas pláticas o en bellos silencios, casi cada día; canto, toco la guitarra, leo, pinto, trabajo con creatividad todo lo que puedo;   juego,  río y hago reír,   colecciono aretes artesanales, discos LP, libros amados, platos salidos del mercado de algún pueblito viajado;  atesoro amistades profundas, honestas, limpias,  colecciono ese breve número de seres humanos que me conocen y respetan con cada error, cada historia y cada sueño que he tenido y que tengo...  que acompañan y atestiguan amorosamente mi vida.

Así que, piénsalo conmigo:  haciendo cuentas,  acierta la idea de reconocer que he vivido más de lo que probablemente me falta por vivir.  No me corresponde decidir y  no sé cuándo sea mi turno de irme,   ni sé cuál sea mi evento final.  Lo que sí puedo elegir es cómo quiero pasar cada día hasta que llegue el último.  

Que para tí, también sea muy feliz!