viernes, 26 de agosto de 2016

Sembrar el día

Una de mis personas favoritas me invitó a la casa de una amiga para sembrar:  Yo conocí el evento de sembrar cuando muy niña, en un grupo amistoso de mis padres,  en algún terreno del estado de México que nunca volví a pisar.  Hace muchos años...   y luego,  en mi afán de la vida natural -en la medida de lo posible-  flores de jardines o maceteros menudos que procuro tener en casa.  

Cuernavaca goza, ya sabemos,  de un clima esplendoroso,  y la invitación fue a una casita enclavada en el bosque aledaño a la ciudad de la eterna primavera,  allá afuera,  donde ya nadie sufre baches ni tráfico,  (no es que no los tengan,  pero entre tanta belleza natural, a nadie preocupan).  Comenzó el ritual entre un puñado de mujeres jóvenes que viven captando agua de lluvia, sembrando hierbas aromáticas para sus alimentos vegetarianos, admirando los pájaros carpinteros y abonando la tierra de sus jardines...   notablemente distinto de nuestra vida citadina;  Nos sentamos en círculo sobre el pasto nutrido, rodeando una manta que tenía flores,  una vasija con agua, incienso, aceites, velas encendidas, copal,  un kalimba que apenas medía lo que el cuenco de mi mano.  La mágica-mujer-bruja habló, suave y encantadora:  en el agradecimiento y conjuro para la prosperidad de las semillas que habríamos de sembrar, el rito de fecundidad incluyó la liberación de dolores personales,  en forma de escritos en papel que luego quemamos en el incensario del copal con hojas de salvia.  Liberador de emociones que coronamos deshaciendo las flores donde cada pétalo era una tristeza que despedir,  echadas al agua.  

Desyerbar la tierra con las manos y armadas de troncos, piñas de pino o pequeñas piedras, aramos surcos donde se regó el agua que contenía el resto de flores y los pétalos de nuestras emociones, para luego sembrar una a una las semillas de maíz y frijol.  Descalzas,  acaloradas, olvidando pudores innecesarios, sudando felices, entre risas y cantos,  nos hicimos hermanas.  Nos celebró el cielo con una llovizna deliciosa que lavó el camino y regó la siembra, prometiendo frutos prontos.

al terminar,  nos convidaron una pasta aromática, además de una tinga deliciosa que en vez de carne fue hecha con zanahorias.  comimos juntas, con una mezcla hermosa de cansancio y plenitud que jamás había sentido y que hoy atesoro como un evento de renacimiento que a mi "cierta edad", yo espero todas las personas pudieran conocer desde temprano.  Sembrar.

Ya parada en la cotidianidad,  el suceso vuelve a mi memoria con su aire fresco y agua clara,  su tierra fértil y hambrienta, pero sobre todo,  con su estado anímico de liberar al tiempo de sembrar.  Lo llevo a mi día a día con la enorme enseñanza que me traje, acerca de humilde y solidaria amistad que se abre sin expectativas, llenita de gratitud y amor.   Intento entonces sembrar mi día desde mi emocional femenina que a veces se ha vuelto irritable, malhumorada e impaciente, para limpiar mi tierra mental donde solo tengo hierbas y yesca;  abro surcos para sembrarme flores coloridas que alegren mis pensamientos y me pueble de aromas la rutina que casi todo se traga.  Me riego de semillas y agua nueva toda la cerrazón que me atrapa de quehaceres no románticos, para salir del mundo de los comunes mortales y convertirme en ellas,  las hermanas brujas de tierra y flores que me regalaron un oasis actitudinal con qué encarar la mágica elección de ser feliz.   Las llevo en mi vida para siempre.

Lo comparto contigo, hoy,  por si te logra lavar la calle que te lleva al siguiente evento de tu día.  Te invito a sembrar,  aunque sean las semillas de la naranja con que te hiciste jugo esta mañana,  o del durazno que desayunaste...   sembrar y cuidar la planta, regar su tierra,  intentando recordar que lo que cuidas,  es tu día de hoy.  Que te llene de frutos, flores, hojas y alegría.

martes, 9 de agosto de 2016

Flores con gratitud

Después de la cuarta década, hay que enfrentarlo,  la gente de afuera accede a nosotros con términos aseñorados, formales, que implican (innecesariamente) nuestra edad;  ¿extrañas que te llamen "joven"?  ¿"señorita"?  No hay remedio.  A cierta edad, ya somos "señor"  o "señora"  y eso se va (según me cuentan...)  directo al ego.   Con los años, hemos perdido lozanía, firmeza en los músculos, destreza física, elasticidad, cabello, calcio...   e incontables oportunidades (lo que es mucho más grave).  También hemos perdido la seguridad -en una medida u otra- para andar confiados por el mundo, sabiéndonos hermosos y poderosos, con toda la vida por delante.  Si conseguimos la cierta edad, hay que celebrarlo,  pues muchos que se fueron lozanos y firmes, no llegaron a contar canas, nietos, uso de fajas, vitaminas,  la llegada de la calvicie o la menopausia y cien payasadas más que hay que enfrentar con estos años,  por la maravillosa gracia de estar vivos.

¿Te ha pasado como a mí?  Si miro fotos de hace una, dos o tres decenas de años,  me veo y me arrepiento de no haberme sentido feliz con mi estampa en aquel tiempo...   como si todo ayer fuese mejor.  Algo no fue suficientemente apreciado en su tiempo,  ¿no es cierto?  El día de hoy me vivo con decisión de no perderme ese aprecio total,  esté como esté,  con mi contenta humanidad,  por lo que soy,  lo que sé y lo que aún quiero aprender.

Así,  como me llaman irremediablemente "señora",  en mi quinta década anunciándose feliz,  me centro en la consciencia vital de lo aprendido,  lo que valía la pena nutrir y defender,  lo que había que soltar y todo lo que guarda mi memoria.  Atesoro los afectos de siempre, los intermitentes, los nuevos,  los perdidos y abrazo cada día con una avidez que en tiempos más jóvenes desconocía.   Hoy día se navega sabrosamente sobre la cauda de amores y certezas del ser progenitor, tanto como de ser hijo o hermano de sangre y hermano elegido.   Se aprende a aquilatar el minuto de carcajadas de cada día,  aunque crezca las arrugas;  se bebe uno el sol como si cada peca adquirida viniese de un erótico día en brazos amados y playa.  El amor se vuelve experto,  mágico,  despacioso y de ojos abiertos, carente de tapujos.  Todo se intensifica y se amansa, vuelto cinismo y vocación de libertad y alegría.  Es sensacional.  

Los piropos, adulaciones, lindezas, requiebros,  galanterías,  vienen -a cierta edad-  menos de allá afuera,  y mucho más de la vida adentro,  colmados de respeto pero también de desparpajo,  porque vienen de quien se ha acomodado en nuestra vida con ganas de pertenecer y permanecer;  entre familia y amor,  las lisonjas y flores, se cargan de ternura para regresarnos a reconciliar lo burdo del cuerpo humano con lo elevado de sabiduría y gracia adquiridas.   Un amigo, hace muchos años, me dijo como dueño de la verdad absoluta, que "un piropo,  de quien venga,  siempre se agradece".  Yo tenía serias quejas cuando el piropo venía de algún guarro en la calle e implicaba indecoro o grosería...   pero en estos años, le reconozco razón:  Siempre se agradece.  No importa cómo esté uno en este cascarón físico,   la agradecida es la estampa actual y la consciencia de ser.

A cierta edad más vale florear a cada persona entrada en años o no.  Sabemos el logro inmenso que es llegar al día de hoy y lo que importa llegar contentos con lo que somos.