martes, 1 de marzo de 2016

Y tú, ¿qué opinas?

Lo que otros opinan.   respetable siempre,  a veces detestable,  a veces admirable.  A lo largo del camino, buscando respuestas, he necesitado regresar a otras líneas propias y ajenas, a otros tiempos, me detengo y las evalúo con un genuino intento de "ojos nuevos" frente a  eventos cotidianos, menores o altamente trascendentales.  Si logro verlos desde "afuera de mí" en algunas venturosas ocasiones, consigo ampliar el escenario obvio para elegir con más cordura.  En aquello de ponernos a pensar, podría llamarse tormento lo que nos pasa "a cierta edad";  tomar una postura frente a sucesos propios se reduce automáticamente a la personalidad individual y a eso que nos define,  pero cuando se trata de momentos compartidos con otras personas, a veces requiero un instante extra para decidir mi opinión,  reacción,  punto de vista, aunque no lo vaya a compartir ni a comentar con nadie.  Me encuentro frecuentemente con la mordaza del miedo callando mis palabras instantáneas.  No quiero herir,  no quiero ser inconveniente.  En la mente se enredan los argumentos a favor, en contra, los juicios y los consuelos;  se atropellan y mezclan emociones y razonamiento entre las convenciones sociales, la educación y el instinto.  En otros tiempos parecía correcto sencillamente reaccionar, con la primera cosa que nos saltara del inconsciente,  saliera bien o mal,  hiciera bien o mal,  nos resultara o no (para propósitos sociales de popularidad, etc.), la juventud "lo permite"  o se entiende que es de esperarse, ya que "ni piensan" o eso se dice (cuando ya no se es tan joven).  Una de las muchas cosas que extraño de ser así de joven es justamente no pensar.  No porque fuese descerebrado mi actuar, aunque lo fue,  y no porque mi inteligencia estuviese extraviada en placeres profundos de la vida, como la música o los ojos sonrientes de alguien del sexo opuesto, aunque lo estuvo.  No pensaba.  Con una naturalidad simplista elegía y tomaba decisiones sin el menor atisbo de conciencia.  Enfrentaba las consecuencias de esas decisiones (que prácticamente llegaron solas),  como si fueran uno más de los eventos de mi vida, como la conocía en ese entonces.  No me detenía el miedo frente a casi nada...  la temeridad también es característica de esos años mozos, sé que sabes.  Podía uno andar en el mundo haciendo cualquier cosa, subido en patines,  vistiendo con la moda particular construida entre zapatos sin gracia, camisa robada al papá, pantalones deslavados de auténtico uso que alguien más les dió antes de pasártelos a tí...  la vida era simple,  no importaba un comino la opinión de los vestidos con marcas importadas ni de los que se portaban "bien" y no eran censurados los amigos igual de malvestidos,  los gustos musicales,  las lecturas ya (casi todas), eran comentables en la sobremesa familiar,  en pocas palabras era libre.  Con la libertad que implica la familia, como de una lista de instrucciones paternas y maternas,  horarios, deberes, maestros, tareas, hermana mayor, hermanos menores, y así,  libre y feliz,  sin pensar, sin temer ni contabilizar éxitos o fracasos,  sin evaluar en ningún momento si lo que acababa de decir era inteligente, necesario o importante.   La amenaza llegó con los años.  la cuenta de eventos sucedió entre risas, lágrimas y relaciones perdidas o frustradas, adquiriendo responsabilidades y culpas,  velas en el pastel y arrugas,  lecciones:  muchas aún por aprender.

Me entero en estos tiempos que la feliz libertad de no saber o no querer enterarse, encuentra su equivalente adulto en la autenticidad de ser fiel a uno mismo.  Hoy tenemos una opinión sobre todas las cosas que suceden en nuestra vida, nuestro mundo inmediato, sobre preferencias de toda clase, personas cercanas o lejanas, vivimos con una postura activa frente a todo lo que nos importa o nos afecta.  La autenticidad individual corta la mordaza y libera las palabras, emociones, instintos y si algo he aprendido al respecto, es que el instinto no cambia ni un poco con los años, sino que con cierta edad y con el cinismo supliendo la feliz inconsciencia adolescente,  se muestra resuelto y despeina los esquemas importándole un bledo si otros están de acuerdo.  Defender una idea puede implicar salir a las calles, organizar o apoyar movimientos,   pero también puede implicar discusiones con personas favoritas,  desencuentros.    Puede implicar dolor.  Como en tiempos de chicuelos implicaba castigos, reprimendas, etc.,   Sea lo que sea,   implique, resulte o suceda,  lo mejor que se puede hacer es SER.  Nunca creas que eso te dejará solo.  No sucederá.  En el mejor de los casos, los que importan escucharán tus argumentos,  las veces que sean necesarias, y el el último escalón, de no estar de acuerdo, respetarán lo que eliges.  Ser,  es siempre digno de aplausos.  un Ser libre, es siempre un ejemplo, no por lo que defiende, sino por seguir su instinto y ser fiel a sí mismo.