jueves, 29 de mayo de 2014

Nada nuevo bajo el sol

Por más que me empeño en lo contrario,  no dejo de escuchar malas noticias.  Tal vez porque así es la vida o nuestra sociedad, o a lo mejor somos una raza decadente desde los comienzos de la historia.  Hay bueno y malo en todos nosotros.  Tenemos grandes capacidades, hacemos ciencia, tecnología, obras de arte y lo usamos igual para el placer que para el disgusto.  Así somos desde la biología que nos construye.  Como animales, tenemos instintos de supervivencia que requieren probarse entre los individuos de la especie y pasan a ser competencia;  como leones bebés que juegan a morderse y que crecen hasta que uno de ellos resultó el más fuerte y se autonombró sin oponente,  líder de la manada.  No es asusnto exclusivo de varones.  Las hembras usan otros métodos, aunque no excluyen la fuerza física para probarse.  Es tan solo naturaleza, supongo.  En mi tiempo escolar, viví esa competencia en hombres y mujeres muy de cerca.  Siempre hubo quienes todo lo definían y eran el modelo a seguir para muchos que carecían de ese carácter dominante.  Eran con frecuencia los guapos, los pudientes que no carecían de medios para lo que sea que se les ocurriera.  Nosotros los demás teníamos subclases con otros intereses y capacidades e intermitentemente pasamos por la crítica y desaprobación de aquéllos.  Los ganadores regían sobre a quiénes se les podía hablar y a quiénes no.   Quién era correcto y quién no.  Los agresivos de la clase alfa se prometían puños para la hora de la salida del colegio y la mitad de la escuela construía el coliseo callejero a salvo de la autoridad, para demostrarse quién tenía la razón en la disputa en turno,  que al cabo su padre, que es muy hombre,  le enseñó a pelear y a reirse de la mediocre víctima, después de lastimarle,  con una lección que no olvidara. -  con o sin razón para un pleito a golpes, (eso no era lo importante).  Las reinitas del alfa femenino, hablaban en términos terribles, eran agresivamente descalificadoras y marcaban con un chisme y sus burlas, el destino del año escolar de algún otro compañero o compañera de clase -y muy frecuentemente, de género;    en ocasiones,  degradaron el autoestima del elegido en turno, y le dejaron maltrecho y desonrado, con lo que de hubo de aguantar para el resto de la vida escolar (si no es que del futuro completo).  Nuestros padres (nada amorosamente) nos advertían: "el pez grande se come al chico",  "si te pegan,  ¡pegas!" es la "ley de la selva"  y aunque no tuviéramos la madurez para entender razones (que tampoco nos daban), pasamos por todas las pruebas del más básico instinto animal,  entre chicos, medianos, adolescentes y jóvenes adultos, cada vez tratando de mantener la nariz arriba y que la honra no quedara aniquilada.

Por fortuna,  hay muchas otras especies en el mar.  Posiblemente como tú,  cuando pez,  yo fue siempre chico,  hasta que conseguí mimetizar en estrella marina, caballo, ostra y otra variedad de enconchados que no mostraran proteínas a los depredadores.

El dolor de eventos que en estos años y  a cierta edad,  podrían llamarse ridículos por poco importantes,  acaban por marcar la vida de quien los vive joven.   Sí hubo a quien  yo conocí,  que se vio en la necesidad de cambiarse de escuela para no continuar siendo el blanco de la crueldad de su medio social;   hubo quien perdió uno o dos años en secundaria, para mantenerse "a salvo" de la mafia escolar, allá metido en su casa,  consiguiendo por ese pánico, además, el desagrado de sus padres y hermanos mayores.  Tengo desenlaces desastrosos para estas historias, que prefiero no contarte ahora.  A la vuelta,  sé, como sé que sabes,  que somos una especie tremendamente cruel.   Cruel podría llamarse a la mamá pájara que lanza fuera del nido a un polluelo que nació con la pata chueca o con un ala pequeña.  No le dedica alimento, pues su instinto dicta que no crecerá bien, y sencillamente lo lanza a morir, quedando ella libre para invertir su esfuerzo en los pollos que gritan con salud completa por comida.  Nosotros hacemos cosas peores.  Usamos la inteligencia asombrosa que nos distingue,  para aprender sobre las vulnerabilidades de los demás,  y de cómo mantener disfrazada nuestra propia fragilidad,  de modo que podamos pegar sin que nos peguen,  o recibir los menos golpes posibles.  Aún a cierta edad, no hemos perdido la rapidez de reaccionar frente a la sensación de peligro y saltamos con nuestro mejor "golpe"  que desarme al contrincante en cuestión y lo deje ver tan mal, que no se anime ni a responder.  Somos animales bajos, que sacamos del nido al distinto, al de otro color, al del defecto visible, al de la dificultad motriz o psíquica, al que envidiamos, al que piensa diferente a nosotros, al que siente distinto, al que necesita algo que no comprendemos, al que no tiene urgencia por pelear,  al que se somete,  con muchas más ganas al que no se deja someter...   y a todos aquellos que la sociedad diga que no son bien vistos.  Lo echamos con inhumanidad en un acto bárbaro y salvaje, de nuestro grupo, de nuestro visor, de nuestro interés.

Todos nosotros hemos pasado por abuso;  hemos sido alternativamente, los peces grandes o los peces chicos. Claro que en nuestro tiempo de escolapios, nadie tenía una cámara fotográfica que le enviara una foto instantánea a toda la legión de inmaduros contemporáneos y el asunto tenía una reserva ínfima de espectadores.  La actividad señaladora y acusadora era constante, tal como es ahora y aprendimos bien la tarea de nuestros padres,  ¿quién critica a quién? ¿quién tiene siempre la razón?,  ¿cuál de los dos se somete? si no entre ellos,  ¿es un hermano de alguno de ellos? ¿alguno de las o los abuelos?   lo hemos visto toda la vida,  hace años lo sufrimos igual que todas las juventudes de la historia y aun cuando era en comités menudos y escasos en audiencia, igual resultaban insufriblemente crueles.  Se nos queda para siempre la huella y la verdad,  (aquí entre nos),  aún lo practicamos cualquier día, o todos los días. Podemos parecer estrella de cine y andar por el mundo con una seguridad avasalladora...  pero la verdad es que los grandes,  siguen siendo agresivos, mandones, resentidos, envidiosos,  dictadores, violentan situaciones y se llenan de adjetivos criticando como si fueran dueños de la verdad,  porque ahora tienen un poder reconocido seguramente y un título que los afirma;    y los chicos, siguen siendo fáciles de amedrentar, inseguros, tibios,  temerosos,  cobardes,  pusilánimes, carentes y con o sin título,  parecen hechos de algo que no es notable ni importante.  Lo practicamos con nuestros iguales,  con gente menor, mayor, del trabajo, de la calle, de la escuela, de todos los estratos socio-culturales,  incluso con nuestra gente más cercana, en familia y en casa.   

Por miedo a ser descubiertos en nuestros laditos flacos y sensibles, mejor nos portamos como panteras y llevamos al extremo el instinto de competencia para dejar la inteligencia lejos de la razón y llenos de certeza volvernos únicamente animales. 

Con este ejemplo como constante,  no es de extrañarse que lo que ha habido siempre y ahora llaman bullying,  siga sucediendo y cicatrizando personas aún en desarrollo,  que hoy día le temen más a los medios y redes sociales,  que a la autoridad escolar, familiar o gubernamental.   Prefiero ser plancton.

3 comentarios:

  1. Otra vez nos pone a pensar Mariana.

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  2. El malestar en la cultura no es de hoy, solo cambian algunas circunstancias. Es agresividad y violencia que además están en todo ser humano reprimidas, pero ahora no hay leyes interiores que sostengan la estructura del ser humano. Además la violencia ahora se llama bulling y eso es no nombrar su esencia. Buen día.

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  3. gracias por leer y por comentar. somos uno en las letras, es una la verdad universal.

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