domingo, 15 de febrero de 2015

Ser humano


Termina la semana y a pesar del cansancio, amanece temprano para salir.  Me envuelvo de sol mientras camino las calles del centro de mi ciudad, en compañía de personas favoritas, entre charla, bromas, risas, sorpresas y sin dejar de pasear los ojos por cuanta maravilla sucede, un domingo cualquiera.  De tanto que hay para ver,  uno no sabe para dónde voltear, así que lo mejor es caminar despaciosamente y,  aunque conocemos bien la zona, elegimos andar como turistas,  tratando de fotografiar con los ojos lo más posible.  Andando así, descubro la gente igual a nosotros,  paseantes, iguales todos en ánimo de disfrute que no tiene nada que ver con el carácter de días de trabajo (cuando todos somos como maquinitas autómatas),  hoy somos suavidad en la mirada,  de sonrisa fácil.  Los sentidos se agudizan y se perciben los atrayentes aromas de las cocinas,  los inciensos de puestos callejeros,  intensos perfumes en los locales de esencias;  en cada local,  su propia música sonora, marcando el gusto individual del sitio, además de los que invitan a gritos a probar, comprar, pasar, siempre festivo...  colores, texturas, olores, sonidos, con una feliz intensidad.  

Recién me entero que hay disfrazados que trabajan como "cosplayers" representando un personaje de película, de caricatura o alguna invención personal extraña y que están allí para que los curiosos se tomen foto con ellos,  a cambio de una módica suma de dinero;  cuando alguien que no pagó, elige fotografiarlos, aún siendo de lejos,  me han dicho,  los "representantes"  de dichos artistas responden agresivamente en reclamo e incluso con amenazas de violencia física, así que prontamente guardé mi celular y evité capturar la imagen de un "terminator"  que se acompañaba de un robot "transformer",  un "batman"  y de un "sully" junto a su peluche "wasauski",  rodeados de gente joven, sonriente y entusiasta por tener testimonio de tales visiones.


Entramos al Museo Nacional de Arte y me volvieron a atrapar sus escaleras magníficas y la impresionante arquitectura del lugar,  como tantas veces antes.   Luego al barrio Chino,  ahora que está por celebrarse su año nuevo,  elegimos comer uno de esos paquetes para varias personas,  de comida deliciosa, abundante y distinta de lo que cotidianamente tenemos a la mano.   Con los alimentos, nos trajeron tenedores y cuando alguien solicitó un cuchillo para las costillas,  (del plato), el mesero llegó con cinco y preguntó quién iba a romper la tradición cortando con cuchillo la carne.  Después de risas por su broma,  dijo contento que "aquí no es Europa por fortuna y cada quién come como quiere".  Luego nos platicó que ha tenido clientes que se van molestos porque no sirven ni pan ni tortillas para acompañar. El personal vestido en trajes orientales,  saludado con el Chino nombre del local, una enorme pecera con los chinísimos "koi"  o carpas chinas,  mientras ya provistos de palillos probamos la sazón y condimentos de aquel país,   y ¿por qué no? disfrutando al trovador andariego que entona "el rey" y es coreado por casi todos los comensales del lugar (incluídos nosotros).  Sólo en México.  Nada como beber sake y cantar música ranchera.  Una muy bien atendida mesa y una comida en todo sentido, muy agradable.  Después del té de jazmín y galletas que no decían la suerte, nos resultó muy motivante dar una vuelta por las tiendas de artilugios para  la fortuna,  (ya que por fin termina el difícil año -mío- del caballo y comienza la feliz cabra) (sin albur), cada local ofrece miles de cabritas doradas en distintos diseños, tamaños y formas, rodeadas de moneditas de imitación, piedras, atados rojos, colgantes, de mesa, de plástico, metal, madera, cerámica,  lo que todo mortal debe poseer para pasar bien librado este año que inicia.   Entramos a una tienda notoriamente más grande que las demás, para descubrir que en el fondo había una mujer activando amuletos de acuerdo al signo de cada uno y que adivina qué necesitas y qué debes cuidar, por quién eres;  una especie de bruja que mira con un ojo negro y el otro ciego de nube,  de cierta edad,   de tono cálido en la voz, que además de proveerte del amuleto adecuado,  te vende otros artefactos para procurarte bienestar durante el año de la cabra.  Qué cabra.  Salí de ahí pagando más de lo imaginado, pero con una sensación de portar el campo de fuerza que no sabía que anhelaba.  Como yo,  mis personas favoritas.  Como nosotros,  varias decenas de otros hombres y mujeres -casi todos de cierta edad- confiándole la fe a las milenarias tradiciones de una cultura del otro lado del mundo.

De vuelta a la calle,  una banda de rock compuesta por músicos muy jóvenes, rodeada de cientos de sonrientes que aplauden gustosas al final de cada canción,  vendedores ambulantes, puestos de revistas, artesanías,  gritones vendedores de billetes de lotería, chicos y chicas con los pelos pintados de verde, morado, azul,  con toda clase de aretes en la cara, tatuajes más que visibles, atuendos nada convencionales,  siempre salpicando su notoriedad entre los comunes -de cierta edad-  que somos invisibles por tan comunes en una sociedad "incluyente";  parejas de chicas de la mano,  papás visiblemente exhaustos de venir cargando al crío en turno; un mundo de gente:   gordos, flacos, altos, bajos, teñidos, canosos, acicalados, fachosos, familias enteras compartiendo el paseo, gente sentada en el suelo,  en las jardineras, carritos de bicicleta transportando extranjeros...   Personas que en día libre nos volvemos iguales.  Todos en el ánimo de disfrutar, descansando del trajín del trabajo y la vida dura de cumplir entre semana.  No puedo más que admirar con enorme gratitud, cada cara que sabe gozar el paseo y que en la simpleza de andar las calles, se sorprende, sonríe, comparte y vive, como un ser humano.