lunes, 26 de mayo de 2014

Cocina el día

Ha llegado la hora de comer y de nuevo la curiosidad y esta innegable soberbia gustativa me detiene a definir de cada bocado los ingredientes que lo forman.  Cerdo o res,  estragón o albahaca, tomate, laurel...  cuando encuentro plena satisfacción de haber descubierto los elementos que componen mi platillo, soy feliz.  Puedo reproducirlo con mis medios y me invade la altivez de poder hacerlo incluso mejor.  Descubro con gusto los amargos, los ácidos, los dulces, las notas picantes y el breve amargo que hay en tantos alimentos cotidianos.  Como puedes darte cuenta,  me gusta mucho cocinar.  Todos tenemos algo en lo que creemos ser inigualables.  A cierta edad, hemos pasado por repeticiones incontables de eventos, sabores, lugares, hechos y situaciones, de manera que ya nos conocemos bastante bien.  Elegimos nuestra gran capacidad para (...) y la portamos con orgullo,  la cultivamos con esmero y llegamos a depender de ella para mejorarnos el día a día y ser más felices.  Seguro ya encontraste con esta charla, tu propia máxima cualidad.  Esa para la que tú eres mejor que nadie que conozcas.   Tengo la certeza de que usas esa cualidad para que la vida salga mejor,  tal  como hago yo.  Tomó tiempo, claro,  pruebas y errores para llegar al mejor nivel hasta este momento  y seguimos aprendiendo.   Sin duda hay millones de personas, mujeres y hombres que cocinan mejor que yo,  alimentos que desconozco, técnicas que ni imagino, etc.,   pero esto de preparar alimentos es una de mis cosas favoritas.  He tenido la fortuna de conocer el gusto exacto de mi gente y puedo mimar tanto a cada uno,  que las horas que pase trabajándolo nunca son pesadas.  Me resulta un placer cada paso, desde la compra de ingredientes, hasta la sobremesa, cuando todos quedaron satisfechos y sonríen.  Los platillos que miman se vuelven memorables y llegan a leyenda. 

Igual que con los alimentos,  a veces siento en mí una necesidad de observar,  que encuentro cerca de la patología.  Incursiono en el análisis y cuestionamiento de todo lo que me rodea, o mejor dicho, de todos los que me rodean;  entro en una especie de trance y comienzo el desglose de los eventos pieza por pieza,  trozo a trozo hasta llegar a los elementos raíz para "separarlos"  y pueda entonces meterlos en un frasquito imaginario y almacenarlo en mi alacena de elementos emocionales,  tal y como especias hay en mi cocina:  etiquetados, bien definidos y almacenados en mi memoria siempre listos para identificarse con lo que sea que quiero cocinar,  ó lo que sea que cocina mi mente. Habemos seres de todos los sabores.

Somos una especie muy básica y vivimos atorados en una sociedad demasiado hostil para permitirnos ser dulces fuera de la familia o los pocos amigos que se volvieron familia.  Es muy frecuente encontrar, en lugar de esos dulces,  los amargos que dan el trabajo,  la calle, la competencia, la rutina, las relaciones forzadas que trae la vida cotidiana en el mundo de allá afuera.  Hoy, por ejemplo,  una brillante y triunfadora consultora de mi oficina, soltera y también de cierta edad, pasó una mañana difícil.  Como no es su costumbre, su voz se escuchaba en discusiones severas y las pocas veces que se dejó ver entre los demás, su rostro grave, gris, ácido y seco me pareció todo lo triste que se puede estar.    Para fortuna mía y porque me agrada casi siempre su forma de ser,  nos tocó la misma mesa a la hora de comer.  Callada y mirando su plato de sopa de entrega a domicilio,  no compartió como otros días, amabilidad o risa y se dedicó a vaciar el plato y llenar su boca.   Antes de que llegara al plato fuerte, adelanté a servirle una porción de lo que yo preparé para mi comida del día.  le serví sin preguntar y lo acercó sin duda.  Después del primer bocado,  su rostro amargo cambió.  Me miró con una sorpresa que me pareció casi infantil y al segundo trozo, se le llenó la cara con una radiante sonrisa con la boca cerrada que le suavizó la expresión como si fuera toda ella una gomita de azúcar de color rosa (no hay nada más cursi y dulce para ejemplificar).  Después de un sorbo a la lata de refresco, alargó una mano para alcanzar la mía y dijo que no había probado esa receta desde que su abuela dejó de cocinar,  un año antes de morir,  y me regaló un "gracias"  que me guardo con su dulzura en la alegría y en  esta sonrisa con que te cuento ahora.  Su ánimo y tarde fueron de buenos resultados.

Es un tema conocido el de que la comida nos llega al alma.  Comer es una necesidad vital y la cubrimos con lo que sea,  sumidos en la vorágine de nuestra rutina de prisas y presiones.  La comida es calor de hogar.  Es amor y alegría, puros y en especie,  si nos detenemos un momento a darnos gusto en uno de los escasos placeres completamente libres que tiene el ser humano.  Con una dedicación personalizada, para la vida, se cocinan sonrisas y memorias.  Buen provecho!

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