miércoles, 30 de abril de 2014

hace no mucho tiempo

El tiempo vuela. Bebo un sorbo de café Veracruzano que es un prodigio de los dioses.  Reflexiono sobre mi lectura y es curioso que se siente como si el tiempo se hubiera detenido para dejarme estar aquí.  Se acaba el cuarto mes, del año catorce, del nuevo milenio.  Faltan dos horas y media para poder volver a casa.  Para algunos efectos, es verdad que el tiempo vuela, pero para otros,  en otro orden de ideas, el tiempo más bien repta.  Se arrastra haragán sin interés aparente.  El tiempo lleva su propio curso, propósito y, todo lo cura,  todo acaba cumpliendo,  no se adelanta ni detiene por nada ni por nadie;  es oro,  hay que ponerle buena cara, y pareciera tener respuestas para cada cuestión.   Y si no,  con tiempo se encuentran.  

Esta manía nuestra de contar tiempo.  ¿te preguntas a dónde va todo el tiempo que no está impreso de un concreto resultado?  ¿Te lo cuestionas como hago yo?  Todo se va quedando encasillado en horas, días, años…   como si vivir fuese más un asunto de contabilidad que de eventos y memorias.   A cierta edad, coleccionamos más memorias que números,  ya que las memorias nos van dejando más y más sabios;  en cambio los números nos dan la austera y seca sensación de realidad que a nadie agrada.   Me pienso y descubro cien quejas que tienen que ver con tiempo.  El que me falta, el que debí dedicarle a un asunto, el que no me alcanza, el que no tendré,  el que ya pasó, el que no sé qué se hizo, el que no ha llegado, el que me reclaman,  el que fue perdido…  No hay manera, sencillamente,  de vivir en paz con el reloj.    Estacionalmente llega el tiempo de lluvias, el de frío,  los cuatro días de sol que nos recuerdan que existe calor en otros lugares del mundo,   vuelve el tiempo de golondrinas,  se va demasiado pronto cada vez;  vuelve el tiempo de premios de la academia,  la temporada de bodas,  los cierres de campañas políticas,  las finales en campeonatos deportivos, las graduaciones,  los regresos a clases, las fiestas familiares y su esquema social-político, en que no hay modo de repartirse elegante e inteligentemente y cada ocasión asegura un semi-caos emocional;  tiempo, tiempo, tiempo.  Todo regido por el tiempo.

Me acuerdo de mí, hace muchos años,  apenas en la primera infancia,  imaginando monstruos para resolver cualquier fenómeno difícil de explicar.  Puedo ahora mismo,  como en aquella edad,  sin esfuerzo,  imaginar al tiempo como un monstruo que devora lo que somos, lo que deberíamos llegar a ser,  lo que aprendemos y lo que equivocamos.  Nos va tragando en sus fauces con un audible mascado de las partes más sensibles de cada esfuerzo que ponemos para vivir.  Eructa y ríe antes y después de cada bocado;  escupe trocitos nuestros y nos deja sangrando en este delirio que busca controlar lo incontrolable…  imagino yo  y, en ese instante,   en la otra mesa,  recién descubro,  con curiosidad y una expresión pacífica, casi tierna,  una persona me observa.  Me siento instantáneamente invadida y pierdo la postura de libertad en que me solté a filosofar y me molesto desde el entrecejo y hasta los puños, que cierro en guerra sobre la mesa, junto a mi taza de café,  (la escena sería un éxito si fuese yo un guerrero planteando los términos de sumisión para el pueblo que recién ha conquistado)  y no.  No consigo evadir esa mirada   ese rostro entrado en años,  de agradables facciones, más bien delgado,  con estilo para vestir y portadora de una larga y blanca cabellera suelta que parece encenderla toda de luz.  Ha dejado pendiente su libro y dos dedos de su quieta mano separan las páginas.  ¿Es una sonrisa?  ¿Es una mueca de burla?  ¿Son solo las líneas expresivas de un rostro que ha dicho ya mucho? Debió ser de espíritu aventurero cuando más joven,  y posiblemente de fácil risa. Esos son rasgos de personalidad que hacen huella en la piel y pueden ser notados.    Nos separa una decena de metros y no sé bien si su rostro es así,  o estoy imaginándolo, (no traigo mis gafas de lejos,  no esperes tantos detalles),  sólo sé que me mira.  Que tiene también “cierta edad”   Sé que está aquí para leer y lo que ahora está leyendo es mi forma visible de imaginar.  Antes de que me dé cuenta,  han pasado horas desde que bebo este café que ahora está helado.  Lo bebo de todos modos y al levantarme, me encuentro con esa persona levantándose igual que yo.  Me sonríe y sé que le sonrío amable.  El tiempo que ha puesto en verme,  es tiempo que dedique yo a verle y descifrarle desde lejos.  Se dirige a mi puerta, haciendo mis exactos movimientos sobre el cristal de la ventana.  Se esfuma cuando salgo de la habitación.  Me recuerda a mí,  cuando más joven.  Cuando contar años era un asunto urgente,  y  no había nada que doliera en ello. 

Al salir de la habitación, he dejado al monstruo tiempo detrás.  No me sigue.  Me traje conmigo la mejor compañía del lugar, que soy yo mismo, haciendo reflexiones intemporales y con una profundidad que acierta en edad y en tiempo, para mí satisfacción particular,  pero te la cuento,  por si te ha pasado igual.  Promulgo la niñez como el estado mental en que la edad del cinismo me permite establecerme y uso lo viejo del diablo para ser sabio mientras soy infante y puedo pasar por cierta edad,  del mejor y más divertido modo posible. 

jueves, 24 de abril de 2014

Lo que hace la diferencia

Hay días inteligentes y días con reto.  Me gusta decírmelo así, en vez de lo que acude a tu mente ahora,  no lo niegues...  hay días inteligentes y días estúpidos.  Ya lo sé y lo admito, pero prefiero llamarlos retos porque -por más estúpidos que actuemos en ocasiones,  habremos de enfrentar las consecuencias y con ello, resolver o enmendar lo cometido.  De acuerdo.  hoy ha sido uno de esos días con reto.     Amanecí  y la colección de retos amaneció conmigo;  ella entusiasta,  yo en la total distracción, hasta que me di cuenta y tuve que detenerme antes de salir de casa, para revisar mis zapatos,  mis accesorios,  haber apagado luces, estufa, lavadora, haber dejado cosas en su sitio,  traer conmigo la tarjeta de acceso a la oficina, llaves, dinero, ropa puesta -que no fuera de dormir - y aprobar,  para por fin echar a andar el día.  Yo no sé si es una característica que nos llega "a cierta edad"  o solamente una forma de andar el día.  Alguien hay,  que me parece que  por muchos años, me alaba mi gran memoria (jaja)  seguro es mi madre,  y aunque creo tener una memoria confiable,  en los días "con reto"  si no tengo ciertos cuidados, me convierto en una amenaza andante.    Una amenaza con estilo, porque hay que saber moverse con estilo en el mundo para responder con seguridad en ese obscuro momento en que viajas en el elevador,   que ya hizo alto en 6 ocasiones de tu mismo viaje y el último pasajero te mira en la entrada al piso más alto y -muy atentamente,  cruza la mano para que las puertas no se cierren,  y te vuelve a mirar, y te pregunta "¿vas a bajar?  y tu respondes con un esbozo de amable y sutil sonrisa  "no...   olvidé algo en el auto..."    este pasajero se baja con una sonrisa casi tierna, complaciente y mordaz al mismo tiempo.    Vas de regreso en el trayecto a la mitad del edificio todavía pensando en esa miradita malévola de quien te despidió en el elevador antes del regreso.   Gracias al cielo se bajó en ese último piso, porque de otro modo te habrías quedado a dar la excusa completa y contarle que es uno de los días retadores y hay que tener cuidado doble, mientras olvidaste el botón 7 del elevador y al llegar finalmente a ese piso,  te enteras que olvidaste en el auto la tarjeta de acceso.  Hay días así.  Me enfrento a cada nuevo reto del día y volteo los ojos y pienso "Demonios"  y lo hago cada vez;  no sé cómo me atrevo, si yo odio que alguien me volteé los ojos y maldiga frente a mí.  No es propio, ni elegante,  ni digno (y me lo hago todo el tiempo),  con una intolerancia muy criticable -yo, que soy difícil frente a las críticas.  Paso el día olvidando pendientes, seguimientos, papeles, llamadas que devolver y "floto" poniendo atención en lo importante y resolviendo lo urgente -como pedir comida a domicilio porque olvidé en la mesita del café mi lonchera,   involucrando  a todos que si encuentran quién, seguramente por distracción,  se robó mi pluma favorita,  (que luego apareció mágicamente en el fondo del cajón de mi escritorio) y así,  con una pila de retos, vuelvo a casa a escuchar las quejas del gato que no alimenté esta mañana y devolver los recibos que alguien, obviamente equivocó al dejar en mi puerta.   A cierta edad...   más bien acierta edad en que, como me han dicho,  nos hacemos más introspectivos, analizamos estos pequeños eventos y nuestras pequeñísimas reacciones,  con un ánimo condescenciente y permisivo,  casi dulce,   mejoramos la conciencia con que vivimos hoy y cada día,  mucho más cerca del éxito en vivir hoy, como si fuese el último día de nuestra vida.  Lo que hace la diferencia entre un día inteligente y uno con reto,  es el sentido del humor y el ánimo para salir de cada "reto" en que nos vemos forzados a participar.    Tal vez el día de mañana tenga retos menos confesables, frustrantes y ofensivos para el ego.  Con suerte,  mañana puede ser,  incluso,  un día inteligente.

lunes, 21 de abril de 2014

Invisible

En estos años, reconozco haberme convertido en un ser más agudo como observador;  el mundo no gira simplemente, sin que yo advierta matices y eventos antes imperceptibles,  hoy día es todo más intenso, más sabio, como ya  te contaba.  Ojalá todo fuera suave al aterrizar en la conciencia, pero no sucede así.  Intermitente, espaciado y ahora cada vez más y más notorio,  me veo desaparecer frente a los ojos de mis hijos y sobrinos,  que antes eran  el club de fanáticos de mis cuentos, mis babosadas de la imaginación,  mis instrucciones y guía para casi cada paso que querían dar.  A cierta edad,  uno va desapareciendo. 

Debo decir que no tengo queja por  su tremenda independencia como seres individuales,  y menos aún me quejo del equipo de amigos incondicionales que son entre ellos, porque a ese propósito me dediqué con cuidado quirúrgico mientras fueron niños.  No es queja,  en realidad…   o ¿sí?    Cada vez sé menos que ellos –especialmente si hablan de tecnología celular o de computadoras -   o de temas de “actualidad”  que no tienen que ver con casas de bolsa o gobiernos del mundo y noticias del estilo.  Saben sobre ladrones de información,  grupos activistas contra el sistema en el mundo,  saben sobre autores, canciones, ritmos, sonidos, nuevas corrientes de pensamiento, moda, programas y series,  marcadores de copas de futbol y sus estrellas, con detalle de cada uno.  Saben sobre farándula, realeza, premios internacionales;   saben sobre medicina natural, olística, alternativa, homeopática,  metafísica y todo lo que no saben, están buscando aprender con una avidez que no recuerdo así de activa en mí,  no solo en esta edad…  jamás la tuve.  La forma de conducirse siendo jóvenes, ha cambiado radicalmente y a mi generación, a cierta edad,  nos corresponde hacernos a un lado y dar paso a las voces y hechos de los nuevos adultos que son dueños instantáneos de puestos laborales que nosotros a duras penas llegamos a conocer,  porque antes había que trabajar ininterrumpidamente 15 o 20 años antes de acceder a la candidatura de jefe departamental o director de algo,  especialmente los que no nacimos en alta cuna y nuestro padre no era dueño de una empresa rica.

Al final no es gran cosa la diferencia porque yo les estimulaba la curiosidad  y ellos formaban parte de mis historias añadiendo lo que ellos iban imaginando y siempre me llenó de satisfacción que fueran ellos los que acabaran hablando más y siendo protagonistas en cada caso.  Así los juegos de trivia,  que siempre ganaron,  los planes de viajes, los menús para comer,  los colores con qué decorar.  Son desde niños, seres  creativos, pensantes, profundos, seguros de sí mismos y protagónicos,  en fin.   Pensar para elegir.  No sé por qué ahora me da por sentirme a un lado de ese protagonismo.  Tal vez es porque ahora ya no preguntan mi opinión sobre sus asuntos,  ahora se conversan esos asuntos entre ellos, que ya son grandes.  Justo antes de llegar a este punto,  pasamos por el doloroso trámite de adolescencias, en que no existía en el mundo nada divertido y mi opinión era una declaración de guerra.  Por fortuna nadie se rindió en la tarea de permanecer siendo familia y pasamos el tortuoso nivel, bastante bien librados.    Luego vino este estado de gente grande en que son enormes,  y no saben cuánto siguen siendo mis dulces chiquitos.  Ellos son los que dicen acerca de todo.   Llegado el tiempo de hablar sobre mí,  tengo de ellos  una colección de regaños porque no me alimento correctamente, porque mis hábitos son dañinos, porque no duermo lo que hay que dormir para estar bien,  porque no trato mi cabello como debería, porque no hago nada por vivir en un sitio más tranquilo,  y todo aquello - que tienen toda certeza  - que yo negligentemente elijo hacer mal.  Desaparecí.  No saben que no me he mudado de esta ciudad porque aún apoyo al menor, con estabilidad, formación y gastos;  no saben que sigo una dieta dirigida a asuntos de colesterol y triglicéridos, que a cierta edad es frecuente aún para los que no tenemos sobrepeso;  no tienen idea que el hábito de dormir 4 horas ha sido suplido por el de dormir 6 al menos y que en parte es porque ya no logro leer más de una hora sin que mis ojos, que también tienen cierta edad,   me duelan y dejen de servir aún con gafas…   y así,  con los años se va uno borrando del mapa de actividades y  deja uno de aparecer en las fotos de reuniones, de eventos, de ocasiones,  porque los que aparecen son ellos, que son tan geniales juntos, que tienen tanto que compartir.

Así que invisible,  o en el proceso de serlo,  me quedo en mi silla, observando.  Con esta habilidad  creciente de atender detalles y tomar fotografías para mi museo personal en la memoria.    Si tengo suerte,  me hago importante por cocinar algo que adoran,  o cuido a las nietas, para que los “grandes”  se diviertan libres. 

La vida ensancha posibilidades y se replantea todos los días.  Hoy me toca no elegir un tono de drama para contarte esto que nos pasa a cierta edad y que es poco halagador, ya que mi generación carece de autoridad.  No es como si apareciera mi padre, que puede flagrantemente definir cosas y los demás nos callamos para aprender.  Esta pandilla de igualados me discute si yo defino algo, aun siendo algo sobre mi propia persona.   Y está bien.  Han aprendido certezas que yo desconocí entonces,  y que todavía encuentro complicadas de adquirir.  Por lo pronto,  habré de imaginar, -como cuando  me preguntaba qué quería ser de grande-,    las ventajas que debe tener ser invisible.

sábado, 12 de abril de 2014

compañeros

Somos influenciados por tantas personas cada día, en casa, en la calle, en el trabajo, en los comercios que accedemos, de modo personal y directo, por mensajes, llamadas, textos, audios de música o de noticiarios, series de televisión, películas...   familia, vecinos, amigos, compañeros y extraños nos influencian a toda hora durante el tiempo de funcionar despiertos, y también está la influencia que recibimos durante el sueño.  He soñado influencias negativas en ambientes de dolor y enojo.  ¿Cómo se atreve a meterse en mis sueños para repetirme necedades que no quiero escuchar ni saber ni sentir? Como si tuviera derecho.

Andamos por el mundo tratando de ser la mejor versión de nosotros mismos;  funcionar allá afuera con la condición natural de búsqueda de aceptación,  aun cuando creemos estar bien con quienes somos.  Nuestra autenticidad camina y comparte con la gente, con las características que nos han formado a ser esto que somos.  En este momento, sonreímos a la mesera del café, que no deja de sonreír cuando viene a rellenar la taza, atenta,  y la mueca desaparece cuando el texto llama y regreso a las letras.  Miro gente entrando que asiente con una breve sonrisa, casi como si me conocieran.  hombres de dos en dos.  Hablan demasiado alto para el momento que me busqué en este lugar.  Voy a ignorarles su influencia un ratito más para acabar de descolgar esta idea de mi mañana y contártela.

El estado temprano y divagante de mi reflexión puede estar ahora mismo influenciado por la insuficiencia de cafeína a que el médico me tiene prescrita por aquello de la presión alta,  pero es café al final de cuentas y tendrá que hacer su chamba.  Me he obligado a salir de casa para dejar de renegar,  sentir menos mis repetidas quejas, la influencia del sueño y la terca regresión de la memoria que hasta en sueños me influencia.  Resulta casi simpático evaluar cómo le cuento a mi hijo lo que siento,  elocuente, intensa y cómo me devuelve su amor una vez más, dulce, comprensivo y animándome a probar otras ideas.  Lo he dejado en su trabajo y se despidió amoroso sabiendo que nos veremos más tarde.   Ahora, sola aquí en un instante soy la seriedad de ceño fruncido y al siguiente le sonrío a la mesera y al nuevo comensal que recién llegó solo, como yo,  con su computadora, como yo,  dándole un orden distinto a la mesa,  como siempre hago yo.  Supongo que también seré influencia para todos los que ahora están aquí.  Somos seres sociales que requerimos recibir y dar.  Somos niños entrados en años,  y por lo niños, querríamos amigos nuevos todo el tiempo para salir a jugar, explorar y divertirnos...  pero a cierta edad,  hemos perdido la naturalidad para conquistar esa alegría y acartonados, con telarañas en la habilidad social, lo complicamos todo disfrazados de adultez,  que es una cara y una actitud inaccesible.  O tal vez,  como me pasa a mí,  salieron de casa a completar tareas menores en soledad.  La tarea menor del desayuno,  pagar cuentas en este sitio que tiene bancos abiertos en Sábado,  ver a alguien que es imposible encontrar entre semana,  o escribir reflexiones descafeinadas con ganas de salir de mí y llegar a ti.

A la vuelta la idea no es tan mala.  Escucho estas voces altas y varoniles saludarse mientras anuncian estar "chilangueando"  y veo de reojo a este otro,  el solitario, con un montón de papelitos  y haciendo cuentas en voz bajita, detrás de sus anteojos y frente a su teléfono inteligente.  Social es el día, aun cuando estemos solos.  habría que desenredar la personalidad para hacerlo mejor y quitarnos las convenciones sociales que dictan - sin haberlo dicho como mandato - que no es correcto hablar con extraños a cierta edad.  La condenada timidez, amargura, el egocentrismo, miedo e inseguridades que nos hacen conducirnos "serios",  son odiosos.  Somos compañeros en el día,  sin importar si hablamos o no;  claro que somos más compañeros con aquellos a quienes hablamos, especialmente si son cercanos y para ellos dedicamos mucho más cuidado en nuestra mejor versión personal.  Así que la tarea del día bien puede ser darle cariño a nuestra versión personal y voltearla hacia nosotros mismos.  La mejor versión para mí,  que soy mi propio compañero de vida.  Ser amable, sensible, comprensivo, atento, asertivo y cordial.  Hacerme reir, hacerme gozar cada momento.  Evitaré sentir la urgencia de mentarle la madre a algún conductor aguerrido en la calle,  quejarme del bache, el tráfico, el calor, las ausencias, las insatisfacciones.  Seré dulce como el mejor compañero que la vida pudo darme.  Compañeros en el día,  para pasarlo bien.  ¿No harías lo mismo tú?

miércoles, 9 de abril de 2014

El tiempo es oro

Mientras me dedico este tiempo exclusivamente mío, después de pasar el día en el trabajo,  el silencio me detiene a pensar.  las ideas van y vienen, entran, salen,  mientras completo las palabras que quiero usar, llega una grande.  Esta idea para compartir y justo antes de concretar algo que...   no.  Se ha ido  -por asuntos de edad, supongo-  escapó completa y sin rastro.  Llegan imàgenes y conceptos, nombres, fechas, datos precisos que ocupan un sitio casi físico en uno y por ninguna razón,  como arte de magia,  se esfuman.  Cuántas veces sencillamente olvidamos la palabra que íbamos a responder y con gracia y humor algún samaritano nos informa que "seguro es por la edad".  Maldición.  Biológicamente puede estar emparejado con la fecha de garantía y es por asuntos de edad que hombres y mujeres necesitamos volver a conocernos, a entender nuestros cuerpos, sus capacidades disminuidas,  los intermitentes temores que ocasiona el enfrentarse a la nueva realidad,  los ajustes en la vida laboral, familiar, hábitos y manías,  la condenada emocionalidad que salta de un estado de ánimo al otro,  y el estilo.  Ah,  el estilo que lo salva todo.  Qué sabroso es pasar tiempo con estilo, haciendo lo que sea que elijamos hacer, anunciando al mundo, en un silencio grácil nuestra galanura e inteligencia, que tantas ganas tienen de seguir siendo advertidas por los demás.  Estén como estén.

Crecer con gracia los años mientras el cuerpo replantea lo que somos y lo que podemos, resulta con frecuencia difícil.  Si tan solo el tinte durara más de 20 días, el mundo sería más sencillo de enfrentar.  Si el sobrepeso no nos persiguiera inclemente y las cremas contra arrugas en realidad funcionaran, contarte todo esto sería incluso simple.   Todo tiene ahora que ver con el tiempo.   La realidad de hoy venía persiguiéndonos desde la cercanía con la tercera década, prometiendo cambios y advirtiendo que sacar provecho del máximo esplendor de la vida era lo mandatorio.  hoy somos lo que somos.  lo que hemos aprendido y la feliz memoria de lo que tal vez ya no volveremos a repetir.  A cierta edad,  la vida se intensifica en placeres que desconocíamos o que inconcientemente pasaban de largo mientras la torpeza de otros años nos divertía.    Los acentos de la personalidad se remarcan notoriamente, para bien o para mal y nos hacemos más de todo aquello que ya éramos, hasta rayar en lo ridículo. Sucede todo más vibrante y más importante.  Sin duda alguna, también más sabio y mucho más complejo.

Gozo este tiempo de silencio compartido ahora contigo porque tengo "cierta edad", y ahora  puedo elegir que suene un piano clásico en lugar de las bandas de moda,  aspiro incienso de lavanda en mi ambiente a luz media y sin sobresalto alguno, bebo un té,  charlando aquí,  antes de volver al espejo y desilusionarme un poquito tras  quitarme el disfraz que uso en el mundo de allá afuera,  y llegar al bendito momento de dormir.  Pueden pasar horas hasta que cierre los ojos y ese tiempo me acompañará la novela en turno,  que por cierto está cargada de personajes, por lo que -seguramente- habré de  regresar un par de páginas para retomar el viaje que dejé ayer, sin que me parezca una novela recién comenzada.  Así que,  a tí que tienes cierta edad,  o estás en el inevitable trámite de llegar a ella,  gracias por leer,  disfruta el tiempo que te dedicas y nos vemos mañana.