domingo, 2 de abril de 2017

Dice mi mejor amiga...

Hay pocas cosas con absoluta certeza en la vida:   que habrá cambios, es una,  y no siempre es simple.    Que implicará aprendizaje,   te guste o no.    Que un día acabará.

Mi mundo está lleno de mercadotecnia y el sistema y sus jugadores,  inmersos en su afán,  de pronto me hacen sentir incompetente para este planeta;   no me gusta ni me hace feliz la carga de tareas y de elecciones con que el público en general corona sus sueños y ambiciones.  Lo que hay que conseguir,  lo que es vital alcanzar,  lo que la estructurada y materialista sociedad persigue como fin y camino.  No me viene bien.  Me siento rara.  Extraña en este mundo de precios, marcas, comercios, necesidades creadas, disponibilidad limitada, descalificación automática,  apatía implícita, deshumanización y frialdad.   

Justo ahora no vivo lo que creo,  por haber tomado una opción que parecía la única para resolver asuntos económicos urgentes y el costo de esa elección se está probando altísimo.  Casi insoportable.  Más difícil y caro de lo que pude  haber previsto o imaginado.  Y la necesidad urgente no ha cambiado.  ¡Debo poner mi esfuerzo donde merece!   Mientras lo intento con todas mis fuerzas, escucho en todos lados y leo y veo y entiendo...    ¡este mundo es de los jóvenes!  La vida en "el sistema" y sus implicaciones malditas de pronto hacen obvio que yo lo he hecho mal desde hace siglos, porque no tengo esto o aquello,  ni soy equis o ye.  Lo que las generaciones anteriores a la mía han defendido como el modo de vida "correcto" (y yo tan afuera de todo eso),  me escupen desdeñosas por cada error con que me he traído por la vida hasta aquí.  Sin cumplir con sus requisitos.  Sin las comodidades que supone ser dócil y obediente.  Sin un precio que me obligue a quedarme calladita.  Sin los años  jóvenes con qué perder el tiempo.  Sin la febril inexperiencia como excusa para lanzarme a la aventura...  y a estas alturas de la historia y con mi "cierta edad",  creyendo en esa aventurera forma de soñar.  ¿A cierta edad, se ha perdido la oportunidad?   ¿hay aún esperanza?

Cuando la vida parece dedicada en llenar de circunstancias adversas el empeño cotidiano y las fuerzas van mermando hasta vaciarse,   cómo cuesta levantar la nariz y seguir adelante.   Ni te pregunto,  porque estoy segura de que te ha pasado, en este o en otro momento de tu vida (y ofrezco mi solidaria compañía para ese tiempo tuyo).   Es tan común que está normalizado esto de que "sufrir es parte de vivir".   

Luego de salir como gallo de pelea (desplumado y sangrante) del estado emocional catatónico,  me enderezo y me pregunto sin ganas de responder,   ¿qué puedo elegir para modificar mis circunstancias?.   Por fácil que parezca razonarlo,  la sensatez que debería caberle a mi momento, no me entra con sencillez;  estoy hecha nudos y rabiando constantemente, sin que eso resuelva absolutamente nada.  

Por lo pronto,  escucho a mi mejor amiga.  Me entero de que estoy viva.   Tengo salud.  Tengo una familia que me hace sentir amor a cántaros en este corazón mío y que me ama de regreso.  Tengo amigos que son hermanos elegidos, con un "para siempre" a gritos.  Tengo pasión y capacidad de entrega.  Tengo letras, música y colores.  Tengo el día de hoy.  Te tengo a tí,  que me lees desde tu sitio,  a veces empático,  a veces intocado y en silencio.  Tengo tiempo.  Tengo esta terquedad bohemia de soñar y creerle a mis sueños.  Tengo cosas qué decir y personas que escuchan.  Tengo la vida.

Mi mejor amiga me dice lo que en otros momentos yo digo, con el mejor ánimo,  a quienes acuden conflictuados:  "sé fiel a tí mismo(a)".  Y ahora mi voz pregunta ¿cómo rayos se aplica una sus propios consejos?...  Perseguir sueños no iba a probarse asunto simple.  De hecho, históricamente aquellos que tienen sueños distintos a los del "público en general" lo han pasado mal antes de conseguir lo que anhelaban y hay miles de ejemplos famosos y otros miles de desconocidos que van alcanzando sus metas sin azotar frente a la audiencia,  con un tesón muy digno y la entereza que justo ahora me falta a mí.  

Veo desde lejos mi caída.  Me atrapo antes de romperme contra la acera y me detengo allí,  sin golpe,  suspendida frente a la imagen de mi propia fractura.  Me miro.  Me doy un cariño en el cabello y una sonrisa compasiva y dulce que siembre esperanza.  Me comprendo.  Me invito un café con apapacho emocional, bajo el sol, con letras, música y mucho viento para seguir despeinada.  No ha sido sencillo defender lo que creo de la vorágine de lo común.  No creo que a partir de ahora se vaya a simplificar.  Pero justo ahora me acuerdo que me debo ser mi mejor amiga y como tal,   me animo a dejar de llorar por los infortunios,   a dejar de quejarme por las dificultades y a creer con fuerza en lo que me es importante.  Me elijo de nuevo,  aunque no sea fácil,   aunque no salga todo bien,  igual que como hago con mis personas favoritas, amores, amigos y amigas,  con la paz de saber la humanidad falible y la buena voluntad, como método de vida,  además de la fe inquebrantable en la bondad y generosidad como motor de lo valioso en este mundo.

Así como los cambios son seguros en la vida,  y un día va a acabarse;    queriendo atestiguarlo,  seguro,  esto también pasará.