domingo, 11 de mayo de 2014

Si no supieras qué edad tienes...

Mi cuerpo tiene quejas que no puedo seguir ignorando; me reclama diversión, descanso y alegrías que muy poco le dedico.  Tengo toda clase de excusas:   el trabajo, los tiempos de traslado, los deberes de casa, familia, el escaso tiempo que queda para mí no alcanza para todo lo que quisiera o tal vez, debería dedicar al físico y con ello, ya sé, no tienes qué recordármelo, también a la mente y el espíritu.  Me sucede con alguna frecuencia, que me siento en plenitud, con energía, hasta que me encuentro con mi reflejo en un cristal y me cuesta reconocerme.  ¿te ha pasado como a mí?  Mi cuerpo se siente en días como en mis veintitantos pero el reflejo recuerda "cierta edad"  en que mi postura ya no es tan erguida como solía, mi rostro tiene una expresión más cansada que la que mi mente registra, mi estampa desacuerda con mi idea de mí.  Como si fuese por un regaño de mi madre, enderezo la espalda, abro los hombros, saco el pecho, meto la panza, o lo que se deja meter de este muestrario de mazapanes que tengo donde debería haber una cintura...  mejoro con un esbozo de sonrisa la expresión de mi cara,  que no importa cuán arrugada esté,  siempre es preferible una sonrisa que un ceño fruncido por enojo o gravedad.  Acompaño mi cuerpo con un razonamiento de juventud mental que me regresa a la vitalidad de otros años y evalúo la verdad de mi energía y poder físico en cuanto tengo oportunidad.  Me gusta jugar en el tiempo físico contra el tiempo mental y preguntar, si no supieras qué edad tienes,  ¿qué edad creerías que tienes?  

 Yo sigo en los veintitantos la mayor parte de mis días,  pero algunos otros, he de confesar,  contaría unos setenta;   resulta curioso cómo encuentro edades distintas de la contabilizada por cumpleaños, en muchas personas.  Conozco infantes que rodean los veinte,  adolescentes que van para la sexta década,  ancianas atrapadas en el cuerpo de jovencitas, personas maduras y sabias como el demonio,  que no han llegado a treinta...  Todas las edades modificadas por la única tónica vital verdadera:  la actitud.  No voy a entrar en la crítica del "segundo aire" que provoca en algunos entrados en años, que desesperadamente se disfrazan de jovencitos con modas, actividades o acciones rebeldes que más bien me parecen rayar en lo ridículo y denotan profunda tristeza.  (Tal vez sí entré un poco en esa crítica,  pero olvídalo por favor, no es el tema).
   
Es la actitud la que nos convierte en esto que somos.  A cierta edad,  abrigamos el sueño de todos nuestros años, con una visión más realista y con muchas más posibilidades de encontrar genuinas respuestas a lo que siempre nos hemos cuestionado.  Pensando mucho,  charlando con personas que encuentro profundamente valiosas, entre lágrimas a veces,  risas, bromas, confesiones y hasta algunos (escasos)  momentos de real lucidez,   logro darme cuenta de que la actitud requiere conciencia para poder vivirse plenamente;  conciencia de quién somos,  qué queremos,  qué podemos,  para qué tenemos talento,  qué se nos dificulta en verdad y dónde es que podemos mejorarnos.  La conciencia es lo que nos separa del mundo animal, se ha dicho,  (aunque podamos ser libremente animales para ciertas actividades,  como comer, dormir y otros verbos menos confesables)  (no pienses mal),  (de acuerdo, voy a fingir que yo no pensé mal tampoco).   Adquiero conciencia sobre mi persona y trabajo duro para que ésta no involucre lo que yo quisiera modificar en alguien más.  Soy sólo lo que guarda mi piel y mi labor está en lo que puedo y debo en mí.  La conciencia es como aprender a leer:  una vez que entiendes lo que dice una palabra escrita,  no puedes fingir que no sabes qué leíste.  (se vale el uso del diccionario).  Muy recientemente, me he llevado al alma y a mi museo mental de imágenes invaluables,  verdades maravillosas y lecciones para la vida, de personas que tienen una edad física que no tiene nada que ver con su edad mental, emocional y actitudinal.  Aprendo.  Olvido y acierta mi edad mental que tiene este apetito por seguir pensando, conversando y haciendo conciencia sobre todo lo que no estaba tan bien en mí, como yo creía en otros tiempos,  mejoro mi versión de personalidad, de manera responsable,  con ganas y entusiasmo,  con honestidad, para vivir mis veintitantos mentales en alegría, mientras la edad de mi cuerpo tiene tantos bríos y tanto que sembrar para vivir feliz. 


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