martes, 13 de mayo de 2014

Permanecer

Esta mañana,  igual que muchas otras en mi camino al trabajo,   vi a una pareja cruzar la calle,  como cada vez que me toca verlos,  iban tomados de la mano,  con los dedos entrelazados,  él atento al tránsito de la calle,  con paz en la mirada,  ella hablando en voz inaudible, ambos con una suave sonrisa mientras andaban sin prisa alguna entre personas y autos;  los seguí con la vista y no pude evitar, otra vez,  pensar en ese estado que irradia felicidad y plenitud y que comunican al mundo entero a su paso.  En el trayecto pasan muchas otras parejas,  pero llevan otro tono, otro tiempo, otro rostro.  Son ellos dos de quienes te cuento,  mi visión citadina favorita de las mañanas y celebro cuando los encuentro porque me hacen  reflexionar sobre asuntos que me son importantes. 

En nuestra naturaleza social e instinto de conservación, el ser humano busca emparejarse desde temprana edad, a partir de la mismísima biología y –con suerte,  hasta el fantástico enlace intelectual.  Por infortunio,  casi todas las parejas que conozco terminaron rompiendo,   mucho antes de que yo pudiera decir que realmente lo intentaron.  Las parejas hoy día sufren de una fragilidad de cristal especialmente en la generación de los que  ya tenemos “cierta edad” por algún fenómeno socio-cultural, supongo,   en que la resistencia, tolerancia y vocación de permanecer, nos pasó de noche.  Sencillamente no resistimos y después de elegir mal, resolvemos peor.  Sin embargo, en nuestra mente vive la idea de una sola pareja que dure para toda la vida.   Deseamos (todos,  no quieras engañarme…)  formar una pareja que se quede, en la salud o la enfermedad,  en tiempos de bonanza y de vacas flacas,  que pase con nosotros cada prueba que la vida trae y que nos defienda, nos atesore, nos cuide y nos quiera conservar.   Alguien que se quede hasta la última cucharada de sopa de la vida.    Ese estado mental y templado en donde las parejas se mantienen unidas,  lo ubico con muchísima mayor frecuencia en gente que hoy pasa de 70,  y en los que apenas rodean los 30.  Nosotros trajimos algún ingrediente extra… o algo nos faltó.

Estamos llenos de frases “inteligentes”  con qué  justificar la fabulosa soltería a cierta edad y andamos por el mundo, ya sea profiriendo argumentos de éxito económico y profesional como meta vital,  o  murmurando amargamente lo terrible que fue la relación anterior,  o queriendo conocer gente nueva;   mientras tanto,  si no estamos encerrados en una mazmorra emocional,   amigos y amigas, compañeros de trabajo e incluso familiares,  se aprestan  a presentarnos postulantes.  Mientras las frases de razonamiento nos conservan “felizmente solteros”,  la animosidad íntima de nuestro ser, añora una pareja y llegamos a buscar con acciones desesperadas (entiéndase impaciente hasta lo ridículo), por la sola posibilidad de conseguirle.  No busques,  va a llegar.  Lo sé de cierto.  Cuando llegue vas a darte cuenta.  Enamorarse cada día, la nutrida comunicación, las risas, la intimidad física y emocional, la vocación de permanecer, en ambos van a darse con una naturalidad desconocida para los que arrebatan hechos a la vida, sin capacidad de esperar.   

No sé si la pareja de quienes te contaba,  se hayan conocido jóvenes,  al inicio de la vida, o tal vez después de algún fracaso  o a cierta edad, pero sé que son felices.  Si tuviera que calcular,  diría tienen unos setenta y tantos cada uno.  Ropas sencillas,  hondas arrugas en rostros agradables y armonizados entre sí y un aura de placidez de lo más antojable.  Lo que sea que traje de menos o de más en la construcción de mi persona, si la teoría del asunto generacional fuese cierta o no,  voy a enmendarlo para no perder la increíble oportunidad de vivir  los años viejos, feliz y paseando rutinariamente una calle, de la mano de mi amor. 

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