lunes, 21 de abril de 2014

Invisible

En estos años, reconozco haberme convertido en un ser más agudo como observador;  el mundo no gira simplemente, sin que yo advierta matices y eventos antes imperceptibles,  hoy día es todo más intenso, más sabio, como ya  te contaba.  Ojalá todo fuera suave al aterrizar en la conciencia, pero no sucede así.  Intermitente, espaciado y ahora cada vez más y más notorio,  me veo desaparecer frente a los ojos de mis hijos y sobrinos,  que antes eran  el club de fanáticos de mis cuentos, mis babosadas de la imaginación,  mis instrucciones y guía para casi cada paso que querían dar.  A cierta edad,  uno va desapareciendo. 

Debo decir que no tengo queja por  su tremenda independencia como seres individuales,  y menos aún me quejo del equipo de amigos incondicionales que son entre ellos, porque a ese propósito me dediqué con cuidado quirúrgico mientras fueron niños.  No es queja,  en realidad…   o ¿sí?    Cada vez sé menos que ellos –especialmente si hablan de tecnología celular o de computadoras -   o de temas de “actualidad”  que no tienen que ver con casas de bolsa o gobiernos del mundo y noticias del estilo.  Saben sobre ladrones de información,  grupos activistas contra el sistema en el mundo,  saben sobre autores, canciones, ritmos, sonidos, nuevas corrientes de pensamiento, moda, programas y series,  marcadores de copas de futbol y sus estrellas, con detalle de cada uno.  Saben sobre farándula, realeza, premios internacionales;   saben sobre medicina natural, olística, alternativa, homeopática,  metafísica y todo lo que no saben, están buscando aprender con una avidez que no recuerdo así de activa en mí,  no solo en esta edad…  jamás la tuve.  La forma de conducirse siendo jóvenes, ha cambiado radicalmente y a mi generación, a cierta edad,  nos corresponde hacernos a un lado y dar paso a las voces y hechos de los nuevos adultos que son dueños instantáneos de puestos laborales que nosotros a duras penas llegamos a conocer,  porque antes había que trabajar ininterrumpidamente 15 o 20 años antes de acceder a la candidatura de jefe departamental o director de algo,  especialmente los que no nacimos en alta cuna y nuestro padre no era dueño de una empresa rica.

Al final no es gran cosa la diferencia porque yo les estimulaba la curiosidad  y ellos formaban parte de mis historias añadiendo lo que ellos iban imaginando y siempre me llenó de satisfacción que fueran ellos los que acabaran hablando más y siendo protagonistas en cada caso.  Así los juegos de trivia,  que siempre ganaron,  los planes de viajes, los menús para comer,  los colores con qué decorar.  Son desde niños, seres  creativos, pensantes, profundos, seguros de sí mismos y protagónicos,  en fin.   Pensar para elegir.  No sé por qué ahora me da por sentirme a un lado de ese protagonismo.  Tal vez es porque ahora ya no preguntan mi opinión sobre sus asuntos,  ahora se conversan esos asuntos entre ellos, que ya son grandes.  Justo antes de llegar a este punto,  pasamos por el doloroso trámite de adolescencias, en que no existía en el mundo nada divertido y mi opinión era una declaración de guerra.  Por fortuna nadie se rindió en la tarea de permanecer siendo familia y pasamos el tortuoso nivel, bastante bien librados.    Luego vino este estado de gente grande en que son enormes,  y no saben cuánto siguen siendo mis dulces chiquitos.  Ellos son los que dicen acerca de todo.   Llegado el tiempo de hablar sobre mí,  tengo de ellos  una colección de regaños porque no me alimento correctamente, porque mis hábitos son dañinos, porque no duermo lo que hay que dormir para estar bien,  porque no trato mi cabello como debería, porque no hago nada por vivir en un sitio más tranquilo,  y todo aquello - que tienen toda certeza  - que yo negligentemente elijo hacer mal.  Desaparecí.  No saben que no me he mudado de esta ciudad porque aún apoyo al menor, con estabilidad, formación y gastos;  no saben que sigo una dieta dirigida a asuntos de colesterol y triglicéridos, que a cierta edad es frecuente aún para los que no tenemos sobrepeso;  no tienen idea que el hábito de dormir 4 horas ha sido suplido por el de dormir 6 al menos y que en parte es porque ya no logro leer más de una hora sin que mis ojos, que también tienen cierta edad,   me duelan y dejen de servir aún con gafas…   y así,  con los años se va uno borrando del mapa de actividades y  deja uno de aparecer en las fotos de reuniones, de eventos, de ocasiones,  porque los que aparecen son ellos, que son tan geniales juntos, que tienen tanto que compartir.

Así que invisible,  o en el proceso de serlo,  me quedo en mi silla, observando.  Con esta habilidad  creciente de atender detalles y tomar fotografías para mi museo personal en la memoria.    Si tengo suerte,  me hago importante por cocinar algo que adoran,  o cuido a las nietas, para que los “grandes”  se diviertan libres. 

La vida ensancha posibilidades y se replantea todos los días.  Hoy me toca no elegir un tono de drama para contarte esto que nos pasa a cierta edad y que es poco halagador, ya que mi generación carece de autoridad.  No es como si apareciera mi padre, que puede flagrantemente definir cosas y los demás nos callamos para aprender.  Esta pandilla de igualados me discute si yo defino algo, aun siendo algo sobre mi propia persona.   Y está bien.  Han aprendido certezas que yo desconocí entonces,  y que todavía encuentro complicadas de adquirir.  Por lo pronto,  habré de imaginar, -como cuando  me preguntaba qué quería ser de grande-,    las ventajas que debe tener ser invisible.

1 comentario:

  1. Muy difícil tener un papel en este cuento y muy difícil saber que pronto me tocará ser tú. Como siempre, fascinante leerte.

    ResponderEliminar