domingo, 3 de julio de 2016

Llegó la hora!

Llegó la hora!

Durante casi 30 años me tocó hacer de todo.   Bueno,  no todo,  pero casi.  Con certeza entiendes lo que es echar adelante a una familia;  con la prioridad de tener leche en el refrigerador,  luz en los focos,  pan y huevo para preparar torrejas,  jabón y agua caliente, un techo digno,  los centavos que cubrieran colegiaturas, televisión con canales de música para este puñado de personas bailadoras y cantadoras que me tocó empoderar desde que llegaron.  Hacerlo todo de buenas además, no es sencillo.  

La vida es una complicación de ajustes y esquemas,  de relaciones y rupturas,  expectativas voraces, enfrentamientos con realidades circundantes al universo particular que acaban por afectar, para bien y para mal, quieras o no.  ¿Qué te cuento a ti?, que seguro entiendes.    Detrás de cada chamba aceptada,  la frustración de no haber estudiado lo que quería,  cuando debía, así que jalar aire para seguir empujando hacia delante, todo lo que había en mi responsabilidad no compartida,  porque el individuo que también debía ser responsable, se bajó del proyecto…  si es que alguna vez quiso estar en él.   Años de tareas, deberes,  conquistas, logros, dolores, entregas, sinsabores,  y la venturosa premiación cotidiana de ese trío de sonrisas con que me mandaban a dormir mis personas favoritas.  Si la maternidad en solitario no fuese premiada  diariamente con esas caritas divertidas y amorosas,  sería una tarea simplemente.  Una Tarea desangelada y tormentosa.  Nunca lo fue.  Parte del conflicto de hoy día, es que aquellos años fueron profunda y cotidianamente gratificantes,  así que estar ocupadísima resolviendo todo, era feliz cada día.

Ahora que los pollos ya son un cisne, un zorzal y un quetzal y vuelan libres y cantores por el mundo,   mi nido vacío me enfrenta al espejo.    Tengo un montón de tiempo en 24 horas, diario;  nada en el refrigerador -porque no dan ganas de cocinar si es para mí sola,  y un espejo que me mira curioso, agresivo,  intolerante,  perezoso y entre absurdo y neurótico:  ¿qué vas a hacer hoy?  pregunta en mal tono.    No viene pronto la respuesta, porque a cierta edad, las razones vuelan por otras razones y parece que entre tanto por hacer,  dejé de ser una razón para mí misma.  ¿Qué voy a hacer?   ¿te ha pasado este momento?  ¿qué haces tú?


Por fin tienen oportunidad las letras, los lienzos y sus óleos,  las cuerdas envejecidas de piano y guitarra,  mi garganta suelta para cantar a gritos, mi  horario personal,  la carrera universitaria que quería, las series de tv, mi gato, el gimnasio, las banquetas lavadas de lluvia en mi pueblito, el aroma de los pinos de ese bosque frío que me conoce bien desde hace tantos años,  por fin tiene tiempo mi voluntad sin pendientes  y sola:  mi voluntad en individual y…  que ¿qué voy a hacer?    ¡Voy a hacerlo todo!  No hay más excusas que posterguen la prioridad que debo ser para mi vida, para mi ánimo y mi amor propio.  No hay más razones por las que detenerme y destinar recursos y tiempo en otros, si me quedé “en el tintero” con una voz de “para siempre”…  pero ese plazo también venció.  Llegó la hora.   Llegó mi hora. 


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